Desde hace décadas nada se ha interpuesto a las expansiones portuarias y a sus estragos en la zona metropolitana y los barrios marítimos de Valencia. El Puerto de Valencia es un caso emblemático de la enfermedad del crecimiento inacabable que amenaza e hipoteca gravemente el bienestar ambiental, social y económico de la ciudad. Las ampliaciones proyectadas del Puerto son un ejemplo calamitoso de lo que ya NO hay que hacer, si realmente reconocemos nuestra situación de emergencia climática y ecológica.

Una carrera de Sísifo empuja a los puertos españoles al crecimiento de sus terminales, aunque estas infraestructuras desmedidas de la globalización pronto serán ruinas inutilizables como lo son las sobredimensionadas autovías y aeropuertos. Estamos ante una «burbuja portuaria» con expansiones temerarias inviables y anacrónicas en el actual contexto de cambios legales, tecnológicos, económicos y ambientales, que ya están en marcha en Europa para hacer frente a la emergencia del sobrecalentamiento climático. Ante el volátil y muy incierto comercio internacional de mercancías pesadas, carece de toda racionalidad el seguir desperdiciando los escasos recursos públicos, económicos y naturales para hacer nuevas infraestructuras colosales y dañinas para la ciudad de Valencia y su entorno metropolitano.

Por razones de salud pública y medioambiental tienen los días contados los altamente contaminantes motores diésel de los camiones, el combustible sin refinar y las altas concentraciones de óxidos de azufre y partículas materiales en el aire, que son la base tóxica de la actividad portuaria de buques y cruceros. La utilización de estos combustibles fósiles poco refinados se encuentra en el limbo legal en muchos países y ciudades europeas, que ya ponen fechas para su prohibición total. ¿Como será posible anunciar el fin de los humos corrosivos del diésel en las ciudades europeas si a la vez se planifica su masivo crecimiento, como en el Puerto de València? Puesto que no hay una alternativa tecnológica económicamente viable frente a este modelo de transporte de mercancías tan nocivo, su uso irá reduciéndose inexorablemente en los próximos años a favor del ferrocarril.

También el cumplimiento de las leyes actuales y futuras de la UE sobre la contaminación del aire por las partículas NOx, que ya ha sido motivo de sanciones contra España, es incompatible con la explosión de la actividad tóxica del Puerto que degradará la calidad del aire de València, y mucho más de los barrios adyacentes. Esta huída hacia adelante acabará en los juzgados por atentado contra la salud pública y en multas millonarias desde Bruselas. Según los estudios científicos son muchos los efectos de los grandes puertos en áreas urbanas cercanas, como son aquí Natzaret, Pinedo y el Grau, el Cabanyal y la Malvarrosa, que padecen una intensiva contaminación con impactos sobre la salud de la infancia y la ciudadanía urbana.

Está en juego lo que tanto gusta decir a nuestros gobernantes: el «cambio del modelo económico valenciano» y la imprescindible descarbonización de la economía. Sin embargo, el presidente Ximo Puig respalda esta expansión portuaria que a todas luces constituye un modelo económico caduco, injusto y altamente contaminante que externaliza y socializa sus inmensos costes socioambientales, locales y globales. Contrariamente a esta adicción a las infraestructuras para el dumping de productos «baratos» que descapitalizan nuestro territorio y la economía valenciana, las políticas públicas han de favorecer el valor añadido valenciano: el conocimiento, las tecnologías verdes y los productos locales de calidad. En el 2018 solo el 0.64% del crecimiento del tráfico de contenedores del puerto era de exportaciones valencianas, y casi todas de grandes empresas multinacionales, mientras la importación de mercancías creció 20 veces más.

La autoridad portuaria exige ingentes inversiones de dinero público y privado despreciando el debate abierto y democrático. Nadie ni nada parece frenar el apetito devorador el lobby portuario/empresarial: playas borradas del mapa; un barrio entero encarcelado entre muros de cemento y asfalto; unos ecosistemas de huerta milenaria sepultados bajo el hormigón y los contenedores; un parque natural crónicamente menospreciado y enfermo; unas playas del Saler y unos fondos marinos de Sueca y Cullera erosionados; un aire urbano enrarecido por crecientes emisiones tóxicas; una desembocadura de río amputada. Y todo ello gracias a una generación de políticos valencianos que no ha defendido con valentía los intereses de la ciudadanía valenciana.

Se multiplicarán sinérgicamente los daños sociales y ecológicos, los causados por la ingente cantidad de gasoil quemado por 9.000 camiones/día, por los grandes buques repletos de contenedores movidos por el cancerígeno fuel sin refinar y el bunker fuel, por la construcción de una plataforma de 125 hectáreas robada al mar con áridos de la Serranía y la extensión mar adentro de la escollera; por la explosión del número de «cruceros» en una nueva terminal turística; por las operaciones peligrosas de más de 100 enormes petroleros/año de Exxon que malograrán las playas y la pesca.

La coartada para esta nueva ignominia contra la ciudad de Valencia, la economía valenciana y el territorio son los cantos de sirena de unos miles de «puestos de trabajo», a cambio de externalizar todos los males en la ciudadanía, la ciudad y la naturaleza. Es lo que el presidente del Puerto Aurelio Martínez denomina crecer a cambio de «un impacto razonable».

Por favor, abandonen el blanqueo verde (greenwashing). Ningún ajuste técnico «limpio», ninguna mejora en eficiencia por unidad de actividad portuaria, ningún ahorro minúsculo en distancias y tiempos de viaje para los camiones, ningún arrecife artificial con molinos eólicos y placas solares, ni las voluntariosas «buenas prácticas», pueden contrarrestar la magnitud de la tragedia en ciernes sobre la ciudad, el clima, la biodiversidad y la salud pública. Las medidas «compensatorias» son humor negro cuando se trata de males inconmensurables e irreversibles. Cualquier ajuste parcial resultará insignificante frente al gran crecimiento de los volúmenes de emisiones nocivas.

Resulta delirante y diabólica la idea de construir un túnel submarino de acceso norte para camiones, que no ahorrará en emisiones venenosas y destrucción ambiental. Las faraónicas obras y los continuos viajes de camiones empeorarán el aire y la salud urbana. El único ahorro real sería reducir drásticamente el volumen de tráfico de camiones y transferir las mercancías a accesos en tren, que tiene una huella socioambiental mucho menor.

Los apologetas desarrollistas del Puerto dan por inevitable el crecimiento del tráfico internacional de larga distancia, mortífero para los equilibrios climáticos. Sin embargo, la emergencia climática nos obligará a localizar nuestro consumo y producción como una estrategia imprescindible de precaución, responsabilidad y supervivencia.