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Alfons García03

El semáforo cambia solo

Conmueve la intelectualidad española. Lo ha vuelto a hacer. Una parte, la progresista, la que aún hace estas cosas, ha vuelto a unir sus firmas en un manifiesto pidiendo entendimiento para un gobierno de izquierdas. Fue noticia un rato y este mundo virtual pasó pronto a otra cosa. No generó tampoco especial inquietud ni comentarios entre la clase política, que siguió a lo suyo. Ha sido la última demostración de que su reino ya no es de este tiempo, poco amable con la letra impresa. Los intelectuales, como clase influyente, son hijos de Guttenberg y la democratización del pensamiento. En la galaxia de internet los líderes de masas no tienen que haber producido una obra cultural previa para ser alguien ni haber pasado el filtro de que alguien con (supuesto) juicio los editara o les abriera un escenario. Un influencer es otra especie.

Cuenta Amos Oz en el que creo que es su último libro, aunque no es exactamente tal, sino una larga entrevista (De qué está hecha una manzana), que los intelectuales están en uno de esos momentos históricos en que son como hombrecillos (y mujercillas) que creen que los semáforos todavía cambian de color cuando lo dicen ellos (y ellas). Hay un cierto optimismo histórico en pensar que es una etapa. Igual que hay una cierta soberbia en presuponer que el mundo se acabó para los intelectuales. Pero incluso la circulación del término, tan frecuente hace veinte años, es hoy mucho más restringida, En España, la derecha siempre ha tenido una tendencia a demonizarlos, porque mayoritariamente han estado en la acera de enfrente (los de la ceja). No sé si es un triunfo de alguien o una derrota de todos.

En el caso valenciano hace tiempo que esa intelectualidad, si la hubo, bajó los brazos. Un país que ha fustigado hasta el ridículo al que cualquiera sin prejuicios diría que ha sido, con diferencia, su gran intelectual del siglo XX invita más a esconderse en la caverna (de la que otros salieron con éxito de público) que a exponerse. No recuerdo pronunciamientos políticos de alto alcance desde aquellos que promovió Eliseu Climent en un intento estéril por frenar a una derecha que triunfó huérfana de referentes culturales y que tuvo que ir a atraer algunos para parecer decente. Eran otros tiempos y uno pensaba que no era nadie si no tenía algunos artistas a su lado. Pero hace ya tiempo que aquí los intelectuales ni se acercan a los semáforos. No queda ni la inocencia de creerse útiles. Lógico, en un lugar donde la derecha vuelve a zaherir a Joan Fuster en sus discursos públicos sin que a la izquierda parezca agradarle demasiado tampoco su compañía (la del ensayista).

Parece que es verano (lo de hasta ahora era un preludio melódico). Toca hacerse a la ilusión de que todo será diferente cuando se acaben las vacaciones: nuestro trabajo, nuestras vidas, la política en minúscula, la de la derecha sin complejos y la que pacta con complejos, la de la izquierda que cree saber demasiado y la que cree que estrena el mundo, y la mayúscula, que nos quiere volver a recluir en bloques... Quizá esta vez sea así y todo cambie. Si no, esperaremos pacientes al próximo verano. O no, tal vez en esta ocasión seamos los culpables de que el semáforo cambie de color.

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