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Como un borrego

No me gusta tomar aviones en general pero mucho menos en verano porque odio que me traten como si fuera un borrego. Y eso es lo que veo que se hace a menudo con la gente y me parece denigrante.

La amabilidad y la sonrisa son importantes. A veces se olvida. Sobre todo en situaciones de estrés en que los retrasos y cancelaciones te destrozan el plan que durante semanas habías organizado.

Imagino que el personal de los aeropuertos debe estar desbordado y también tendrá sus razones, no digo que no las tenga. Y no quiero criticar a todos en general. Pero en cualquier caso, me parece mezquino aprovechar que la gente se va de vacaciones para montar una huelga y así poder ejercer más presión a la hora de negociar. Además, en profesiones de servicio a los demás jamás debería transgredirse la frontera de la mala educación.

El otro día, al embarcar en un vuelo Menorca-Barcelona de la compañía Vueling, el personal que se encargaba del embarque en el aeropuerto de Mahón me trató como a un borrego y entré en cabina con el corazón que me latía a mil por hora.

Concretamente una mujer de mediana edad, de pelo castaño rojizo y con gafas y un chico joven, moreno y algo afeminado. Sólo les faltó ponerme un arete de control de inventario bovino.

Reconozco que yo cometí el error de equivocarme de fila pero no fue por retraso o dejadez. De hecho fui de las primeras en llegar a la puerta de embarque porque en estas fechas saturadas de gente me preocupa perder el avión. Pero me pasó desapercibido el embarque prioritario y como no quería colarme (no puedo evitarlo, me parece y siempre me parecerá fatal que la gente se cuele) entré de las últimas en cabina aunque mi billete era del Grupo 1.

En cualquier caso, al cruzar la puerta de embarque me detuvieron para señalizar mi bolsa de mano que era del tamaño de ordenador. Yo les pedí por favor que me dejaran llevar la bolsa conmigo. Expliqué que me había pasado desapercibido el embarque prioritario y que sólo había visto señalizados los grupos 2 y 3.

La mujer en cuestión no sólo me cuestionó; me llevó la contraria como si yo fuera una niña de seis años y ella mi institutriz. Y sin mi consentimiento señalizó mi equipaje a la fuerza. Pase y no se queje, añadió.

Traté de explicarles que no quería que se llevaran mi equipaje porque iba muy justa de tiempo y tenía que recoger a mi hijo que estaba con su cuidadora hasta las 21h.

Fátima también tenía que salir de viaje aquella misma noche hacia Marruecos y yo no quería hacerla esperar más de lo previsto. Eso no se lo dije, claro está, tampoco iba a contarles toda mi vida.

Si el avión aterrizaba sobre las 20.15h llegaría sin problemas a las 21h a casa pero si me despojaban de aquella minúscula maletita que perfectamente podía llevar a mis pies en ningún caso llegaría a tiempo. Os aseguro que lo de las cintas de equipaje da para otro artículo. Eso por no mencionar la cantidad de equipaje extraviado.

Expliqué que mi asiento era el 1A y que precisamente había pagado algo más para que nada de todo aquello me sucediera. Bien, la respuesta fue bastante desagradable. Señora, no podemos estar esperándola, soltó el joven con una sonrisa de lo más cínica como dando a entender que era yo la que me había retrasado y sin más dilación me quitó la maleta de las manos.

En fin€La vulnerabilidad del pasajero que tiene que llegar si o si a su destino es total y tampoco vas a montar un escándalo porque asustarías al resto que está exactamente igual que tú, con la misma necesidad de llegar cuanto antes.

A veces el personal de los aeropuertos se aprovecha de esa vulnerabilidad. Probablemente si ellos fueran los que viajan lo verían de un modo distinto. Qué importante es saber ponerse en la piel del otro y qué pocas veces se hace.

Menos mal que ya en el avión una azafata de enormes ojos oscuros se disculpó por las malas formas recibidas y al cabo de un rato estaba haciendo fotos desde la ventanilla. Lo único que me gusta de volar en estas fechas son los cielos de formas y colores que se ven desde el avión. Son maravillosos.

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