Ultimamente, y por desgracia cada vez más, en el discurso de algunos políticos españoles están apareciendo términos groseros, ofensivos y malignos como «botín» y «banda». El diccionario de la Real Academia de la Lengua define botín como «beneficio que se obtiene de un robo, atraco o estafa; despojo que se concedía a los soldados, como premio de conquista, en el campo o plaza enemigas; y conjunto de las armas, provisiones y demás efectos de una plaza de un ejército vencido y de los cuales se apodera el vencedor». Sobre el vocablo banda, la RAE propone varias acepciones, entre las cuales: «Grupo de gente armada; parcialidad o número de gente que favorece y sigue el partido de alguien; bandada, manada; y pandilla juvenil con tendencia al comportamiento agresivo». Si se utilizan juntos «banda + botín», la connotación es claramente peyorativa para el que el recibe este mensaje. Que algunos políticos estén utilizando torticeramente estos dos vocablos para insultar a sus adversarios con fines electoralistas porque no tienen otros argumentos, demuestra una pobreza tanto ideológica como personal. El insulto y las malas formas no son buenas prácticas ciudadanas. Como decía Baltasar Gracián (S. XVII): «los malos modos todo lo corrompen, hasta la justicia y la razón».

Sufrimos estos lamentables espectáculos porque no hay argumentos para debatir y porque los insultos esconden una tremenda ignorancia del adversario sobre la práctica de la oratoria. Como exponía Schopenhauer en su libro El arte de insultar: «Quien insulta pone de manifiesto que no tiene nada sustancial que oponerle al otro».

Los políticos cuyo argumentario se basa en insultos y descalificaciones personales siguen al pie de la letra estas palabras de Schopenhauer en El Arte de tener la razón: «cuando se advierte que el adversario es superior y que uno no conseguirá llevar razón, personalícese, séase ofensivo, grosero». Basta con visionar de nuevo el último acto de investidura celebrado en el Congreso de los Diputados para comprobar, con pesar, que esta situación describe a numerosos políticos, que deberían hacer un acto de contrición, revisar su quehacer diario y abandonar la política porque no están suficientemente preparados para representar y defender los asuntos que más interesan y preocupan a la ciudadanía, como son el trabajo, la salud y la educación.

Aristóteles aconsejaba: «escoger minuciosa y cautelosamente a los interlocutores con los cuales se quiere conversar en serio». En las manos de los votantes está apartar a los peores. Mientras tanto, no estaría de más la aplicación de un Código Deontológico en nuestras Cortes Generales.