Este verano la mierda flota sobre el agua de algunas piscinas públicas. Se trata de la última moda y publicitarla divertirá a los cuatro bastardos que, exentos de cerebro y ética, joden el día a los ayuntamientos, a sus operarios, además de a las personas usuarias. Supongo que tamaña fechoría se fabrica en las residuales neuronas de un grupito de chicos, pues, como es bien sabido, se trata de un desafío entre machos ibéricos. Los jovencitos se sienten más hombres cuando infringen las normas. Esto de ocupar páginas y espacio en los medios debe ponerlos muy cachondos. Así refuerzan su masculinidad hegemónica. Se sienten poderosos, valientes, transgresores. Actúan reivindicando la fuerza viril de sus genitales. Aprenden a ser muy hombres en las películas, en su casa o en el instituto, socializados en una hombría tóxica, violenta, desafiante.

Defecan mierda y no sólo en la piscina. Los docentes despiertos lo sabemos mejor que nadie. En las aulas abunda mucha opinión caca. Hay familias que saben nutrirla, fundamentarla, darle valor metafísico. Diría que la educación es el noble arte de limpiar la mierda ajena. El maestro francés G. Deleuze ya lo advertía: una de las principales funciones de la filosofía es detestar la estupidez, convertirla en algo vergonzoso, denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas. Uno piensa en la indigencia moral de quienes expulsan sus heces en un espacio público y se plantea interrogantes filosóficos: ¿Estudiarán la ESO o el sistema educativo ya les habrá expulsado en simetría a su propia deposición? ¿Tendrán novia? En caso afirmativo, ¿les reirán la gracia? ¿Alguno habrá colgado su reto machirulo en el historial de Instagram? ¿Cuántos likes cuenta en su haber? ¿Por qué su ser asqueroso y no más bien la nada? Quién sabe si la selección natural se ocupará de aniquilar a estos especímenes librándonos de la repercusión que tiene su infinita idiotez en nuestra existencia. A la espera de este milagro uno sueña con el abanico de castigos pertinentes e imaginables si los pillasen.

Como quien esto firma sigue siendo marxista y cree a muerte en la lucha de clases, considera que deponer en la piscina pública supone y representa un brutal ataque a la clase obrera. Los ricos tienen su piscina y en esa nadie defeca. ¡Faltaría más! Uno los imagina leyendo la noticia a carcajadas, reduciéndola a nimia anécdota. Ya saben que los ricos (y más si lucen corbata) disfrutan de la inmundicia de nosotros los míseros. A fin de cuentas, ¡es la piscina de la clase trabajadora! Por eso creo que, si legalmente ya no se permite darles cien latigazos, el mayor castigo consiste en privarlos del uso de cualquier espacio y/o recurso público: piscinas, gimnasios, institutos, hospitales, transporte... Aprenderían rápido el valor de la cosa pública. Y les desearíamos, igual que a quien está a punto de salir a escena, mucha mierda. La necesitarán, sin duda.