Las mujeres son las que más sufren la exclusión del mercado de trabajo, puesto que el hecho de ser mujer es una dificultad más que se añade en la búsqueda de trabajo. Conocer de cerca esa problemática nos ayuda a ponerle rostro concreto a las mujeres que buscan trabajo y hacen más perentoria la necesidad de acompañarlas.

La Fundación Novaterra tiene como objetivo primordial la intermediación laboral para facilitar el acceso al empleo a personas con dificultades subjetivas. Y lo hacemos a través del diseño de itinerarios individualizados, adaptados a las necesidades y capacidades de las personas, y mediante el acompañamiento durante el proceso de implementación de los mismos. Los perfiles de mujeres que se acercan a nuestra Fundación son diversos, si bien comparten un denominador común: tienen mayores dificultades objetivas para el acceso a un empleo.

En efecto, las responsabilidades familiares y la discriminación por género son las principales barreras, a las que normalmente se añade la situación de aislamiento social y carencia de autonomía, baja autoestima y el miedo ante el incierto futuro. Todo ello les provoca un sentimiento de bloqueo e impotencia para salir de la situación en que se encuentran, con desconocimiento, además, de sus derechos sociales, civiles y laborales. La consecuencia directa es el no acceso a los recursos a los que tienen derecho.

Si lo anterior es común a todas las mujeres que acompañamos desde la Fundación, también hay elementos específicos según perfiles. Veamos algunos ejemplos concretos.

Mujeres víctimas de violencia de género, situación que, aunque se da por igual en todos los estratos económicos y socioculturales, es evidente que el problema se agrava cuando se une a situaciones de desempleo. Según datos del proyecto europeo We Go!, casi seis de cada diez víctimas (59,1%) se encuentran desempleadas más de un año en el momento de sufrir la violencia.

Mujeres víctimas de trata, mayoritariamente engañadas en su país de origen con la promesa de un empleo en Europa de camarera, limpiadora o asistenta de hogar. Se trata de víctimas de violencia de género llevadas al extremo, ya que la mayoría no dispone de documentación regularizada, ni permisos de residencia ni de trabajo.

Mujeres con un dominio del castellano muy bajo o nulo, con el problema que supone para comunicarse con otras personas, lo que provoca que no tengan ninguna red social que les proporcione apoyo, compañía, consejo€. Carecen también de tiempo libre para dedicarlo a su formación, lo que ampliaría posibilidades a la hora de encontrar un empleo digno. La consecuencia es clara: baja autoestima, encierro en sí mismas, aislamiento social€ Estas circunstancias suelen imposibilitar el acceso a los sistemas públicos de protección social.

En las mujeres con diversidad funcional la desigualdad se agrava, pues sufren mayor desempleo que los hombres. De este modo, padecen la doble discriminación: ser mujer y persona con discapacidad.

Mujeres jóvenes (16-25 años) que han abandonado sus estudios, muchas veces educadas en ambientes con carencias culturales y penurias económicas. El poco apoyo familiar no les permite cubrir las necesidades básicas materiales, educativas, afectivas y psicológicas. En muchos casos, viven en pisos tutelados, en los que al alcanzar la mayoría de edad se encuentran más desamparadas y sin las condiciones necesarias (vivienda, trabajo, manutención...) para conseguir la autonomía personal y favorecer un adecuado desarrollo social. O bien viven en pisos de emancipación, en los que cuentan con un acompañamiento para su autonomía. En cualquiera de esas dos circunstancias, la falta de experiencia laboral multiplica la dificultad de acceder a un empleo. Si, además, tienen hijos e hijas bajo su responsabilidad, la maternidad se convierte en un nuevo obstáculo en sus posibilidades de acceder a un empleo.

Las mujeres migrantes también sufren una doble discriminación. La falta de dominio del idioma, tanto hablado, escrito como entendido, en ocasiones analfabetas en sus países de origen, complica más si cabe la vulnerabilidad en la que se encuentran. Consecuentemente, los problemas en relación a la búsqueda de trabajo se multiplican: cumplimentar cuestionarios, elaborar el curriculum vitae, afrontar entrevistas laborales, solicitar prestaciones € Sin olvidar las reticencias por el color de su piel, su cultura y su religión. Por otro lado, si no tienen su situación administrativa regularizada, solo pueden acceder a "empleos" sin contrato, lo que conlleva que algunas empresas o particulares se aprovechen y se les haga trabajar en condiciones de absoluta explotación.

Un factor compartido por la mayoría de mujeres que acuden a la Fundación es que tienen a su cargo las responsabilidades familiares, los cuidados. En caso de separación, es la mujer la que se encarga del cuidado de los hijos e hijas. Cabe sumar también los casos de mujeres que han asumido su maternidad sin pareja; y la de aquellas que tienen una pareja, pero que no comparte la responsabilidad doméstica, que recae completamente en la mujer. Estas condiciones dificultan mucho el acceso a empleos en los que la conciliación es muchas veces una utopía imposible. Sectores como limpieza, hostelería y cuidados de mayores cuentan con horarios de trabajo que dificultan que una mujer sola pueda compatibilizarlo con el cuidado de su familia.

De este modo, cada mujer, cada persona, que acude a la Fundación recorrerá su propio «Viaje a la dignidad». Un camino con diferentes etapas donde irán llenando su mochila de herramientas: competencias transversales, formación en profesiones con demanda, habilidades sociales y comunicativas. En definitiva, para conseguir una meta: el empleo que les haga «sentirse" dignas (dignidad que nunca han perdido). Es lo que da sentido a nuestro lema «Un empleo, es mucho + que un empleo».