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La felicidad no necesita razones. O, quizás, algunas sí

La felicidad no necesita razones» es el titular de una entrevista publicada en La Vanguardia al ingeniero y maestro de terapias Egipcio Esenias, Bernard Rouch. Es la primera vez que oigo hablar de él y de sus prácticas, pero toda la entrevista es magnífica. Incluso el titular, a pesar de disentir. No estoy de acuerdo con frases grandilocuentes que te aseguran que puedes conseguir todo lo que deseas o que puedes perder 15 kilos sin esfuerzo. Y sé de lo que hablo. No sé si se requerirán muchas razones para ser feliz, pero digo yo que un ligero empujón puede que sea necesario. Leo la entrevista el día que me cuentan que un repartidor en bicicleta debe trabajar entre 12 y 14 horas al día para lograr un sueldo cercano a digno. Así que, ¿seguro que no es necesaria ninguna razón para lograr la felicidad? La economista Anne Case y el también economista y premio Nobel Angus Deaton han basado gran parte de sus estudios en mostrar la relación entre las muertes por cirrosis, sobredosis o suicidio de personas pobres norteamericanas y los cambios en el mercado laboral. Hay una conexión clara entre un mínimo de capacidad económica y la salud. Y es que de solo proclamas de autoayuda no se vive. Deaton fue, además, una de las voces más críticas con las políticas de austeridad impuestas por Bruselas. «Todos quisiéramos ser felices», dijo, pero también añadió que esas reformas económicas iban a ser un impedimento. Sr. Deaton, usted me cae bien.

Las personas que saben mucho muchísimo de servicios sociales (y tengo la gran suerte de conocer a algunas) dicen que hay tres requisitos básicos por los que comenzar a construir la base de una vida satisfactoria: reconocimiento, vivienda y relaciones. Lo primero es, básicamente, sentirse útil. Percibir que lo que hacemos sirve para algo, o para alguien, y volver a casa con la sensación de haber realizado una actividad con sentido. Volver a casa, sí. A una vivienda, a un lugar en donde cobijarnos, disfrutar de la intimidad y compartirla con quien nos plazca. Y aquí entra el tercer requisito: las relaciones, personas con quienes pasar la vida. O parte de ella. No es necesario esperar los resultados de ningún barómetro oficial para saber que entre los temas que más nos preocupan están la precariedad laboral, las dificultades para acceder a una vivienda mínimamente digna y la soledad. Así que, a lo mejor sí son necesarios algunos motivos para ser feliz.

Bernard Rouch estudió una ingeniería para contrarrestar las influencias de unos padres muy espirituales, pero descubrió que las esencias de la razón y del alma coinciden. Es decir, que la manera de gestionar el dinero dice mucho de nuestros valores espirituales. Proclama las virtudes del silencio, de no batallar contra uno mismo, de la importancia de cerrar los asuntos, de deshacernos de emociones repetitivas insatisfactorias, de comprender qué nos hiere o de lo poco gratificante que es la actitud contradictoria de estar y no estar, o la de querer y no querer. A partir de ahí, dice, reconoceremos la felicidad. Muy sugerente. Acabo de leer la entrevista con los ojos bien abiertos. Con la seguridad de poder disfrutar de unos mínimos, promover y reconocer estados de alegría debería ser una de nuestras grandes razones. A por ellas.

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