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Maite Fernández

Mirando, para no preguntar

Maite Fernández

Apenas 40 miligramos

Dicen desde el Banco Mundial que en 2050 habrá en el mundo 143 millones de personas desplazadas por guerras, hambrunas, o en busca de un lugar mejor donde vivir. Según la ONU, en 2017 68,3 millones de personas huyeron de sus casas para buscar un nuevo hogar. Estamos asistiendo, sin duda, a la mayor diáspora de la historia de nuestra especie. Millones de personas que buscan refugio, trabajo o sólo esperanza y que se encuentran en muchos casos con muros de rechazo o temor. El primer mundo olvida que su historia está escrita por muchas manos que llegaron de lejos.

Todos somos responsables de las vidas que se truncan al querer cruzar el Mediterráneo. Por mirar hacia otro lado, por querer ponerle freno, por buscar responsables siempre en instancias superiores€Olvidamos algo esencial: en nuestros genes llevamos marcada la impronta de la migración.

La humanidad siempre ha estado en movimiento. Los antropólogos sugieren que nuestra especie salió de África hace 600 siglos. Cazadores recolectores que no conocían la escritura, ni la rueda ni la domesticación de los animales. Caminantes que se guiaban por el vuelo de las aves pero que no habían inventado todavía el concepto de destino. Repoblaron la tierra poco a poco, a lo largo de miles de años. Nuestros antepasados proceden de un mismo lugar. Las razas, las culturas, están emparentadas.

Arqueólogos, lingüistas, paleogenetistas€ Todos están de acuerdo: nunca ha existido una pura raza europea. Quienes defienden la idea de la supremacía blanca y alientan el miedo a la inmigración son acallados por la ciencia que elimina cualquier idea de pureza genética. Gracias a la tecnología, la arqueología ha podido secuenciar el genoma íntegro de humanos que vivieron hace decenas de miles de años a partir de huesos exhumados hace años guardados en museos y laboratorios. Y todo a partir de 40 miligramos de hueso o diente. Apenas con 40 miligramos podemos tener mucha información sobre nuestros antepasados y sus migraciones. Porque todos fueron migrantes.

Europa es y ha sido siempre tierra de inmigrantes. «Los actuales habitantes de cualquier territorio no descienden de las personas que vivían en él hace milenios - dice David Reich, paleogenetista de la Universidad de Harvard - No existen poblaciones indígenas. Quien pretenda invocar el concepto de pureza racial se dará de buces con un sinsentido». Hace unos años, el estudio del ADN de humanos vivos pudo demostrar que todos pertenecemos al mismo árbol genealógico y compartimos un mismo relato migratorio.

Todos los europeos actuales somos fruto de una mezcla. La receta genética de nuestro ADN tiene a partes iguales una parte de nómada-comerciante procedente de la estepa rusa, mezclado con rasgos de agricultor-ganadero como los que partieron de la Anatolia, y con rasgos de cazador recolector africano. Un crisol, una evolución, una unión de genes que nos hacen distintos pero iguales. Formamos, así, parte de una especie que ha llegado a ser lo que es por la movilidad, por el intercambio de culturas y genes. ¿Por qué entonces ese miedo a acoger a quien viene de fuera?

¿A qué esperan los 700 diputados del Parlamento Europeo para abordar este problema? Que necesita ser regulado, sin duda. ¡Pero a qué esperan para ponerlo en práctica!. Porque lo queramos o no, seguirá habiendo inmigración, legal o ilegal, regularizada o clandestina. Seguirán produciéndose millones de desplazamientos. Y la actuación debe ser conjunta. Ante este problema debe haber una respuesta coordinada. No vale que un primer ministro (Mateo Salvini) decida bloquear sus puertos en una orilla y que un alcalde (Joan Ribó) quiera pero no pueda abrir su ciudad, mientras una vicepresidenta (Carmen Calvo) se limite a decir que Europa tiene la última palabra. Como si Europa fuera un ente ajeno a todos nosotros (o si, tal vez). La democracia europea presume de ser la más antigua, pero a este paso se va a quedar obsoleta practicando como nadie el «don tancredismo».

En el debate político se habla de inmigrantes como arma arrojadiza, como problema, como sujetos de derechos o como instrumento para pagar las pensiones. Desde nuestra cómoda atalaya olvidamos casi siempre que la libre circulación de personas es una manifestación de la libertad individual, de los ideales tradicionales del liberalismo que dice defender nuestra sociedad.

Apenas 40 miligramos de ADN nos recuerdan cada día que cada uno de nosotros forma parte de una gran familia de inmigrantes que llegaron a esta (nuestra) tierra buscando un lugar mejor donde vivir.

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