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Agua de limón

Agua de limón. Una jarra de cristal llena de agua, limón y azúcar. Quizás, una de las fórmulas más sencillas y de mayor arraigo popular. La exuberancia estival llevada a su extrema sencillez. Esa mezcla milagrosa de amargor y dulzura. El zumo de unos limones a los que se ha añadido agua mineral y unas dosis generosas de azúcar que se fundirán con la acidez del limón. Aquí termina la preparación. Después en la nevera acabará convirtiéndose en ese refresco natural que acompaña las tardes de verano. Ese intervalo de tiempo señalado por la siesta y la lectura de un libro que ha acabado desterrado en el suelo. Verano y agua de limón. Como el Tour de Francia y los anuncios de la Dirección General de Trafico sobre el número de coches que saldrán a la carretera desafiando el gran sol. Verano y agua de limón. Como el aniversario de la muerte de Marilyn Monroe cada 5 de agosto por parte de las cadenas televisivas. Inseparables. Agua de limón y el recuerdo de otros veranos de la infancia viajando en un pequeño coche cargado de maletas, distribuidas y ordenadas en el maletero con ejecución matemática. Y el aire fresco de la madrugada para acompañar las primeras horas del viaje.

La escritora inglesa Helena Attlee, experta en literatura paisajística, viajó de norte a sur de Italia, del Lago de Como a la isla de Sicilia, siguiendo el rastro de los limones y otros cítricos por las ciudades y las tierras italianas. Su investigación quedó reflejada en el libro El país donde florece el limonero, un texto que recomiendo tanto a los amantes del país de Dante y Adriano Celentano como a los degustadores de los sabores ácidos y frutos perfumados. El libro se puede leer como una historia cultural, en este caso de los cítricos y el paisaje italiano, y también como una deliciosa guía donde se mezcla gastronomía, historia, geografía y el arte de la horticultura. El libro está lleno de curiosidades protagonizadas por toda clase de cítricos, como ese sencillo digestivo, popular en Amalfi, que consiste en una rodaja de limón rociada con café y azúcar para despues de una comida copiosa. O el placer de las frutas confitadas, hoy en día casi una extravagancia, con los cítricos como materia prima.

Igual para una futura continuación y nueva entrega literaria la señora Attlee decide viajar hasta este lado del paraíso citrícola, ahora que corren tiempos turbulentos para el universo naranja, y nos anima con un libro sobre la felicidad y las bondades de los cítricos valencianos. Desde luego material no le va faltar a la hora de confeccionar el texto. De momento como auxilio estival tenemos el agua de limón, dos palabras, agua y limón, que se unen victoriosas para celebrar y combatir el sol más implacable de todos los veranos. La metáfora del sol helado en el interior de la jarra de cristal.

El pintor Henri Matisse se dejó seducir por los colores y las formas de limón. Como Cezanne con las manzanas, Matisse encontró la verdad de la pintura en la forma redondeada del limón y la sencillez de su belleza plástica. Como señala el historiador del arte Pierre Francastel, Matisse descubrió que el secreto de la pintura se encuentra en la expresión, pero no en la expresión sentimental, que había acabado en melodrama kitsch en la pintura decimonónica, sino en la expresión plástica y que mejor, que la forma de un limón para sintetizarlo. Entre nosotros la fruita daurada- recordando el titulo de aquella pionera exposición promovida por la Conselleria de Cultura de Ciprià Ciscar- naranjas y limones han sido ampliamente celebrados por los maestros de la plástica autóctona; de Sorolla a Pinazo, del cartelismo de Arturo Ballester a los capiteles de la Estación del Norte de Demetrio Ribes, colaboraron en la creación de una iconografía que ha acabado sustentado nuestras señas de identidad. Del tópico al icono. València, jardín de España. Un recuerdo elogioso para el diseñador gráfico Enric Satué que supo adivinar el encanto y diseño de las etiquetas y los papeles de seda de las naranjas, de gusto modernista o Art Décó, de inspiración naif o folklórica, primero que nadie, recogiéndolas para las portadas de los discos de Alimara en aquel sello efímero que fue Putput y donde realizo Remigi Palmero su celebrado álbum Humitat Relativa. Estos días que se han cumplido el primer aniversario de la desaparición de ese músico secreto que fue Pep Laguarda, el recuerdo de aquellos discos, que señalaron el final de la década de los setenta, el sorprendente Brossa d'ahir de Laguarda & Tapineria, Humitat relativa de Palmero o el Cambrers de Bustamante cerrando la trilogía gloriosa, resumen el hedonismo y la vitalidad de unos años - un coctel de agua de limón y aditivos lisérgicos- mezclados y revueltos entre la isla de Ibiza, Altea y el Aplec de Bellreguard, aquel festival que cada verano ponía a punto el infatigable Toni Pastor y otros activistas de la Safor, sumando en el cartel sin complejos y con descaro a la inefable Orquestra Mondragon liderada por Javier Gurruchaga y el swing barcelonés de Núria Feliu, Gato Pérez y Lole Manuel, Sisa y la Companyia Elèctrica Dharma€

Ahora, en esta hora callada del verano, una vez más nos levantaremos sigilosos, como hacíamos cuando éramos niños mientras el resto de la casa duerme, buscaremos en la nevera la jarra de agua de limón, saboreamos su color, ese amarillo pálido y glacial, que a los ojos de nuestra infancia se nos antojaba como un elixir de poderes mágicos y a nuestro paladar, un desconocido placer lleno de sensualidad azucarada. El placer de atrapar el verano en un sorbo de agua de limón.

Nota: Con València como posible capital del diseño mundial no estaría mal recordar tiendas como la desaparecida Agua de Limón, en su momento pioneras en la promoción del diseño en la ciudad.

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