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Tierra de nadie

Descartes

Aquí nos ven, jugando a la ruleta, quizás a la ruleta rusa: elecciones sí, elecciones no, veremos. Escuchas a los analistas y ninguno tiene ni idea de lo que saldrá, si par o impar, rojo o negro. La gente va acercándose a la mesa porque llama la atención la osadía de los jugadores llamados Pedro y Pablo. España parece este verano un casino en el que nos jugamos los votos y la abstención y la pequeña parte del futuro no escrita por Bruselas. Cada mirón se posiciona junto a su jugador favorito. Algunos cambian de bando según la suerte favorece a uno u otro. Los asesores de los apostantes hacen cálculos de posibilidades que cambian con el paso de las horas. Hay un parloteo de encuestas, todas interesadas, según las cuales en caso de nuevas elecciones aumentaría la abstención de la izquierda. Pero no tanto, según otras, como para frenar el ascenso de Sánchez u otorgar la mayoría a la derecha. Ya no hablamos del PSOE, hablamos de Sánchez, como cuando una marca logra confundirse con el producto. Otro tanto viene sucediendo con Unidas Podemos, PP, etcétera.

Aquí estamos, muertos de sueño, pero no nos iremos a la cama hasta que cierren el casino, parece que a finales de septiembre o así. Hay una España que trasnocha y otra que madruga, a veces es la misma. El año pasado, por estas fechas, estábamos a punto de sacar a Franco de la Cruz de los Caídos. Fue otro desafío de la izquierda que reunió a muchos insomnes también en el garito en el que la vicepresidenta jugaba al póker con la familia del dictador. Íbamos ganando, eso dijeron, pero la partida aún no ha terminado. No sabe uno a qué mesa acudir, porque en todas hay alguna apuesta interesante. Perdida la racionalidad política y económica, no queda otra que confiar en la suerte. Hemos cambiado a los líderes por tahúres.

Lo que hace falta es que sea para bien, que diría mi abuela. Delante de mí, en la ventanilla de un establecimiento de Loterías y Apuestas del Estado, un cliente pregunta por el bote de La Primitiva, pero es de quince millones y le parece poco. Me pregunto el porqué de ese nombre, La Primitiva, en un país tan adelantado como el nuestro.

Me descarto de dos.

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