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Butaca de patio

Hoy es 1984

A primera vista sorprende que una novela de ciencia ficción publicada en 1949 sea uno de los libros de bolsillo más vendidos de los últimos años en España. Pero la genial y profética 1984, una narración escrita por el británico George Orwell, prefiguró el mundo totalitario, interconectado y falsamente libre en el que vivimos hoy. Las generaciones más jóvenes quizá ignoran que el mito del Gran Hermano o Hermano Mayor nació de esta novela donde Winston, un ciudadano-súbdito, decide rebelarse contra un sistema opresivo donde las telepantallas controlan todos los movimientos, y hasta las ideas, de los individuos. Orwell describe una sociedad regida por ministerios con nombres tan actuales como Verdad o Abundancia y con instituciones represivas llamadas Policía del Pensamiento. ¿Les suena? Podríamos estar hablando de las fake news o de gobernantes tan poderosos como Donald Trump que se comunica con el mundo a través de tuits. O de Facebook y Mark Zuckerberg y su utilización de datos personales para todo tipo de fines. Por supuesto que la crítica del novelista británico apuntaba en aquella época, recién terminada la Segunda Guerra Mundial y en los inicios de la Guerra Fría, a regímenes fascistas como la Alemania de Hitler o comunistas como la URSS de Stalin. De hecho, el escritor, nacido en 1903 y fallecido en 1950, poco después de publicar 1984, arremetió contra las dictaduras en otras novelas como Rebelión en la granja o en su conmovedor Homenaje a Cataluña, una magnífica crónica a partir de sus experiencias en el bando republicano durante la Guerra Civil. Pero lo cierto es que Orwell logró algo reservado a muy pocos escritores: concebir una obra universal, válida en todo tiempo y lugar.

Pero al fondo de esta a la vez sencilla y magistral novela late el uso de las nuevas tecnologías y la carga ideológica que cualquier invento lleva aparejada. La historia ha demostrado en numerosas ocasiones que no existen los aparatos neutros y que detrás de cada innovación siempre aparece la política. O, dicho de otro modo, la forma en que las sociedades se gobiernan. Al final de todos los debates, como en 1984, se plantea el eterno dilema entre lo público y lo privado, entre el bien común o el beneficio individual. Así, la irrupción de Internet revolucionó nuestro mundo y nuestras vidas, pero muy pronto comprobamos que los ordenadores, los teléfonos inteligentes, Google o los satélites interplanetarios tanto podían servir para la libertad como para la opresión. No hará falta recordar el caso del analista de la CIA Edward Snowden y sus revelaciones para avalar que lo contemporáneo no siempre es sinónimo de modernidad o de progreso. En definitiva, todo depende de cómo se utilice la tecnología, una cuestión que apela muy directamente en la actualidad al periodismo, a los parlamentos o a los tribunales y a su deber de controlar al poder. Cuando reparamos en que la película sobre Snowden lleva el rotundo título de Todos estamos vigilados y que el analista de la CIA se vio obligado a pasar a la clandestinidad, no podemos dejar de recordar que el Winston de 1984 se refugia en el único rincón de su casa donde el Gran Hermano no puede observarle.

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