No solo la geopolítica USA-China debiera ocupar al G-7. Nuestra socialdemocracia también está preocupada por la pérdida sucesiva del trabajo con derechos, que puede producirse al coincidir, en el tiempo, la urgente transición ecológica y el continuado desarrollo de la Digitalización. Desafortunadamente en la cumbre del G-7 de esta semana (Biarritz, 24-26 de Agosto) ninguno de los cuatro jefes de gobierno europeos del Grupo (Alemania, Reino Unido, Francia e Italia) tienen esta orientación política, situación que no impide revalorizar los postulados socialdemócratas en estos momentos.

A pesar de todas las dudas y de todos los debates presentes en la literatura académica y empresarial, sobre el efecto de la digitalización en el empleo ya se puede afirmar que estas tecnologías con su extraordinaria potencia han inducido y seguirán haciéndolo, profundos cambios sociales, económicos y políticos. El conjunto de cambios generados por las ingenierías, aplicaciones y hábitos basados en el uso del formato digital, ha creado una sociedad dual con una minoría de trabajadores con sueldos excelentes y una mayoría con retribuciones bajas, en puestos inseguros. Conjuntamente con la evolución de la digitalización tendremos que afrontar la transición ecológica una de cuyas caras es la lucha contra la crisis climática, con sus tres fases: mitigar el calentamiento, adaptarse a él y minimizar el sufrimiento que cause. El cambio climático es un hecho tangible (las islas y las ciudades costeras sufren los efectos del aumento del nivel del mar y todos somos testigos de fenómenos meteorológicos extremos). Los integrantes del G-7 (con la notable excepción de la administración Trump que de mantener sus actuales posiciones podría ser juzgada como corresponsable de crímenes contra la humanidad) saben que deben tomar acciones mucho más radicales y difíciles que cualquiera de las emprendidas históricamente para abordar una economía neutra en emisiones de carbono (descarbonización) que debe iniciarse inmediatamente, para conseguir una primera culminación en 2050.

Desde la Declaración del Club de Roma en 1975, sabíamos que era vital para el futuro de nuestros hijos y nietos enfrentar el control de los gases de efecto invernadero. Aunque existían unos objetivos claros y establecidos, no había certezas políticas sobre la posibilidad de diseñar un camino para ello, cosa que por fin ocurrió en 2015, con las conclusiones de la COP21 de Paris. Por otro lado, hasta hace pocos años, el propio concepto de Digitalización era confuso (el i-phone no nacería hasta 2007) y sólo podíamos intuir los mecanismos que estaban transformando el mundo y el empleo, sin poder prever todas sus consecuencias que ahora ya conocemos.

No es aceptable quedarse en la mera denuncia, acerca del frenazo económico que produzca la descarbonización y acepte una orientación de la digitalización que precarice y polarice los empleos, convirtiendo en habituales violaciones de nuestra vida personal, por razones comerciales o de cualquier otro tipo. A pesar de las enormes dificultades que existen para denunciar y luchar contra estas dinámicas, ésta debe ser la tarea de la socialdemocracia europea del siglo XXI. Es imprescindible cambiar este estado de cosas, y así devolver la confianza en el futuro a la mayoría de europeos y en particular a las generaciones más jóvenes.

La idea motriz debería asentarse sobre la recuperación del trabajo con derechos, como factor de integración y de cohesión social y democrática. Este valor que, en los siglos XIX y XX, la socialdemocracia defendió en el plano del estado-nación, tiene que ser reinterpretado, necesariamente en el siglo XXI, en el marco de la UE, lo que significa que las políticas laborales no pueden permanecer asignadas a la esfera nacional, sino desplegadas a nivel europeo, más allá de lo que hoy suponen las directivas marco. Es esta una reflexión que sigue siendo válida en estos días de resolución del conflicto creado por el Brexit. La estrategia dibujaría un triángulo virtuoso, Descarbonización-Digitalización-Trabajo con Derechos, cuyo significado sería: Primero, el reconocimiento de los límites del crecimiento y del uso de los recursos naturales que se derivan del compromiso climático. Segundo, la necesidad de reorientar, con políticas públicas, a nivel europeo, el nuevo orden social y tecnológico que supone la Digitalización (nuevos autoservicios, Automatización, Aprendizaje Automático) para recuperar el terreno perdido por la UE respecto a China y USA. Habrá que definir un nuevo concepto de productividad, no necesariamente basado en el PIB; debatir una reducción del tiempo de trabajo con el aumento del dedicado a otras actividades; explorar nuevas fuentes de financiación de nuestros servicios públicos y derechos sociales. Tercero, que el trabajo y sus derechos tienen que ser incorporados a la lucha contra el cambio climático y a la adaptación a la digitalización. Este último es un compromiso que trae como consecuencias: mecanismos de regulación que aseguren transiciones justas entre viejos y nuevos empleos; evitar el desplazamiento del trabajo con derechos hacía las denominadas rentas básicas universales, como supuesta solución de las desigualdades; adoptar decisiones públicas que combatan las circunstancias que provocan la persistencia de discriminación de género y de cualquier otro tipo y la existencia de trabajadores pobres. Hay que saludar y apoyar las nuevas escalas de valores de muchos jóvenes, más interesados en mantener su libertad individual que en ejercer el consumo, celosos de disponer de un tiempo propio en un mundo digital con climas soportables.

La socialdemocracia tiene la autoridad moral suficiente para coordinar y ordenar un dialogo europeo a tres entre los representantes del capital, del trabajo, y de los Estados para avanzar en esta estrategia más democrática, justa y productiva que la realidad actual; no sólo tiene la autoridad histórica y moral, sino también fuerza política, como ha demostrado la asunción de la señora Van der Leyden de la implantación de un SMI y de un reaseguro de desempleo a nivel europeo. La Socialdemocracia es una alternativa política capaz de ejercer de sirena en la niebla, para orientar a las sociedades a un presente y a un futuro más sostenible y solidarios.

Esta es la reivindicación dirigida al G-7 de Biarritz.