El orgullo, en realidad, es familia del egoísmo. Si el tiempo no tuviera prisa... Las despedidas no son promesa de vuelta. A través del destino corren la vida y la muerte, entre un adiós y un hola vive la incógnita. Todos los humanos deberíamos cumplir un compromiso con las tristes disputas y evitarlas. En un momento de calentón, y no precisamente de verano, dejamos de hablar a personas significativas para nosotros. Obstinados en nuestros argumentos le damos la espalda al diálogo, en la culpa vemos mérito y la franqueza debilidad...

¡Qué inoportuna llega la muerte! Canta divinamente las áreas del amor y convierte en imposible el perdón. Sin duda, demasiados vivos, al entrar en desdicha se dan cuenta del valor de la palabra PERDÓN, pero ya es tarde...

Los muertos gozan de la excelencia del recuerdo, pero continúan su viaje sin dar señales de vida, por culpa del orgullo muchas personas no se hablan. Hay pensamientos desesperantes... -Si hubiera-.

El perdón se levanta con todo su poderío ante la disculpa y el diálogo. No esperemos a la muerte para tener ganas de hablar, aceptemos el error ajeno como el propio, cambiemos el orgullo por ternura y el silencio por disculpa.

Negar el perdón a seres queridos, por orgullo, por falta de valor, por comodidad, puede convertirse en un paseo sin retorno. En cuestiones de amor, cariño y afecto mejor usar botas de siete leguas.

En los rincones del corazón nace la experiencia vital de la vida.

La virtualidad es un constante anhelo; la pantalla del teléfono es un "mundo" pequeño y estrecho, a pesar de parecernos grande, tiene demasiadas limitaciones.

La tecnología es un gran avance, pero está arrasando el gesto imperativo de la vivencia y el instante. Todo es remoto, a pesar de parecer cercano, la imaginación acerca absolutamente todo, aunque esté muy distante.

La virtualidad está mutilando el contacto directo. Nos angustia leer libros, nos parecen aburridos y densos, pero no nos angustia leer los whatsapp de índole amistosa que nos envía el pesado/a de turno. O los correos absurdos que rivalizan con el aburrimiento.

La tendencia, por lo visto, es un potente barco de arrastre. ¡Hasta los más mayores están pegados al móvil!

Creo que al ímpetu se llega soltando lastre, comprendiendo sin dificultad que todo puede terminar en cualquier momento, la vida y la muerte están en el mismo plano. Observo que a día de hoy llamamos amigo a cualquiera, basta con tenerlo en la lista de contactos, o en la de alguna red social. En otras épocas la amistad no era un insulso número, un corazón o un me gusta.

La amistad es una respiración profunda, no la dejemos resoplar al lado de la flamenca del whatsapp, cambiemos emoticonos por abrazos y letras por miradas.

¿Quedamos para ver la puesta de sol?