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El desliz

La chispa de Marcos de Quinto

Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. Era una de las frases de cabecera de mi madre, y acto seguido nos ordenaba buscarnos una distracción para pasar las tardes del largo estío y que desapareciésemos de su vista sin causar estropicios. Tal vez se aburre mucho Marcos de Quinto, el empresario fichaje estrella de Albert Rivera, número dos de la candidatura de Ciudadanos por Madrid, en este interminable verano postelectoral que nos está propinando Pedro Sánchez. El antiguo ejecutivo de la Coca-Cola, millonario y polifacético, tenía que ser ministro de Economía en el gobierno triunfador de la formación naranja, pero no siempre salen las cosas como uno quiere y ahora debe aguardar semanas para desempeñar su misión de portavoz parlamentario económico. No es un reto mayúsculo para alguien acostumbrado al éxito, la verdad, y encima no llega. Así que Marcos de Quinto se entretiene en las redes sociales, y desde ellas prende incendios un día sí, y otro también. Vaya cosas suelta. Cualquiera diría que ha vivido atrapado tantos años en los almibarados anuncios del refresco que vendía, que ahora le sale de dentro todo el odio por la humanidad que debía reprimir obligado por contrato a defender la chispa de la vida. Como una lata de gasificado bien batida, salta en tromba sobre todo lo que huela a izquierda o nacionalismo. A Irene Montero la comparó con Yoko Ono; a la exdirigente de Izquierda Unida Cristina Almeida la envió a apuntarse a un viaje del Imserso; presumió de que le habían regalado botellas de vino de cien euros cada una e invitó a sus haters a ayudarle a promocionar la marca.

Una de las últimas trifulcas de Marcos de Quinto vino a cuenta del Open Arms y de sus «bien comidos pasajeros» (sic) en Twitter. Las respuestas de quienes le afearon el comentario sobre los refugiados rescatados del mar, muchos con palabras gruesas, obtuvieron cumplida contestación del diputado. «Imbécil, manteido» llamó al portavoz de la asociación de consumidores Facua, y agregaba que «solo un miserable como tú, que vive de la extorsión y el engaño, puede ignorar el éxodo venezolano». A otro seguidor le dijo «troll de mierda y cretino», antes de bloquearle. Algunas voces desde su propio partido sugirieron que borrase los insultos, por contravenir el código ético de Ciudadanos que obliga a sus altos cargos al cuidado en el uso del lenguaje, y se disculpara. Lo hizo, lamentando haber pagado con la misma moneda a quienes le insultaron, «pero no es agradable tener que soportar continuamente a tanto deficitario educacional». Suerte que está al mando de la Secretaría de Talento y Capital Humano de Cs y no de la de Diplomacia.

Hacer lo correcto no es un concepto de moda; no está tan periclitado como hacer el bien, pero casi. Ser políticamente correcto se considera una estupidez que hace perder la personalidad del tipo malote sin filtros que permite triunfar en política. Ahora se estila llevar la contraria en los consensos de justicia e igualdad que tanto ha costado alcanzar, y atizar sin matizar; incluso se defiende el derecho a que los políticos insulten a los ciudadanos, en el uso de su libertad de expresión. Otro fascinante derecho postmoderno, para olvidar clásicos como el de la vida, la vivienda o el trabajo. Pues si ahora cada partido va a tener su marcosdequinto que ponga a caldo al contribuyente, solo queda esperar que las cocas que nos repartan sean light.

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