Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Hay que quemarlo todo

Una vez, mi hermana me contó con gran alegría que se había comprado un nicho y me expresó la tranquilidad que produce saber exactamente dónde y con quién iban a reposar sus restos mortales. Comprendí que era un poco como adquirir una nueva residencia en el más allá, pero no sentí la necesidad anticientífica de correr al cementerio reservar el mío. No me preocupa conocer el lugar exacto del universo donde mi cuerpo seguirá siendo este maravilloso laboratorio químico y se disolverá en electrones y me transformaré en insecto, en «fungi» o en piedra. Mi materialismo me conduce directamente a la bondad y al perdón sin tener que pasar por la espiritualidad del reposo eterno.

Y es que en València, la espiritualidad se expresa de una forma muy material. Existen, sólo en la capital, 357 edificaciones de uso religioso lo que convierte a su archidiócesis en la más rica de España, y eso que muchos otros los inmuebles de nuestra Iglesia no pueden registrarse en la estadística porque se declaran como de uso educativo, cultural o médico. Una mano otorga la vida divina a los fieles y otra contabiliza bienes de titularidad eclesiástica. La palabra de Cristo queda también registrada en las Sagradas Escrituras, para quien quiera revisarla, a ver qué dice sobre esto.

La globalización -ese proceso económico del que apenas ya se habla porque estamos inmersos en ella- también ha hecho que el amor a la divina Naturaleza y a la huerta quede solo en las banderas ecologistas, para horror de los intelectuales que quisieran conservar estos espacios tradicionales para cultivos de cercanía o ecológicos. Muy pocos agricultores quieren sufrir pasando horas, sudores e inseguridades en el campo para malvender cosechas o competir con frutas y verduras que se compran más baratas en otras partes del globo. Así que se negocia con el terreno para uso inmobiliario o se abandona. Se vive mejor del turismo o vendiendo Coca-Cola en la playa. ¿Que el abandono produce desertización y aumenta la posibilidad de incendios, como ha ocurrido en Canarias? Por supuesto, pero también hace proliferar las colonias de ciervos, jabalíes, corzos, cabras montesas, que estaban casi desaparecidas y que se acercan ahora a los núcleos de población. Cuando vean a un bucólico muflón correteando por el campo, sepan que en muchos lugares está arrasando con hectáreas de cosechas. Esto acentúa el descontento de los campesinos que, aunque son los guardianes de la sabiduría de la tierra, también lo son muchas veces de los prejuicios humanos.

Esos mismos prejuicios, como las cabras montesas, se han adueñado de las ciudades, de las redes sociales, de las universidades, de los círculos políticos. Los que no molestan a nadie, animales superiores de la sociedad actual, han hecho carrera por su triunfante mediocridad y su cotizadísima estupidez, encontrando un paso allanado por los materialismos -que son muchos- y convirtiendo nuestro mundo en algo unidimensional para alegría de los terraplanistas. Su cultura resbala sobre las bolas de rodamiento de cinco ideas acomodaticias, sus ideas encuentran eco en las consignas de turno. Son los creadores de las paradojas de moda de esta época de escepticismo, cuyo método consiste en disminuir el significado de las cosas, describiéndolas solamente por una de las miles piezas que las conforman y olvidando voluntariamente todas los demás. Hacen creer, con la complicidad de sus contemporáneos, que la Filosofía sólo se ocupa de dar citas para los calendarios y que la fuerza dominante del Universo no es la acción, sino vender ideas para obtener clientes. Son frívolos, ingeniosos, cínicos exponentes del materialismo y el nihilismo y predican una sofisticada doctrina de negación filosófica, como dice en Fausto el Valentin de Tomaz Pandur, su característica principal es el escepticismo: la incapacidad de creer en nada.

Aristóteles dijo que el ser humano es un animal religioso. Homero, que todas las personas tienen necesidad de los dioses y Robespierre insistió en impedir el ateísmo explícito durante la Revolución. Voltaire hacía que sus criados fueran los domingos a clases de religión, Diderot enseñaba el catecismo a su hija diciendo que no había mejor texto moral, Fidel Castro, aún excomulgado por Juan XXIII era un ferviente creyente en Dios. Pero los que dicen saber explicar lo sobrenatural nunca comprenden del todo al ser humano, y hemos llegado al punto en el que no nos comprendemos a nosotros mismos. Aunque la Virgen se presenta a humildes pastorcillas en vez de a alcaldes, hosteleros, diputados y vendedores de souvenirs, siempre son estos los que consiguen que a ese lugar remoto llegue el ferrocarril para que todos puedan disfrutar del milagro.

Contra los males de la ignorancia y contra los que se lucran con ella nació el espíritu del «Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios» o Enciclopedia de Diderot y d´Alambert. Su objetivo era reunir y difundir de manera accesible, los conocimiento y el saber acumulados hasta entonces a la luz de la razón. Creo firmemente que debemos coger ahora esa enciclopedia junto con todo lo que tenemos hecho hasta ahora y quemarlo. Eso dijo Jardiel Poncela para crear La Codorniz. Decidieron renunciar a lo vulgar, al costumbrismo, al localismo, al retruécano, para hacer un humor que, de tan fácil, fuera difícil. Y con humor en vez de bombas incendiarias iluminaron las conciencias de la época.

Hay que crear una nueva Enciclopedia porque llega un momento en el que debemos enfrentarnos a nosotros mismos. Que ese bien inmaterial de las Fallas sirva para quemar el Consolat de Mar, la Acadèmia de Llengua, las obras de Blasco Ibáñez, los bañistas de Sorolla, nuestro Reichtag, los campos, las universidades, los templos, los juzgados, la televisión de Burjassot, la mediterraneidad; desertar de nuestra generación, vivir contra las estadísticas y empezar todo de nuevo para comprendernos bien en este mundo tan corto de vidas extremadamente largas. El mundo se nos muere y nosotros queremos alargarnos. O hacerlo «sostenible», para ver si cambia poniéndole parches. Baroja confesó que sus últimos años fueron tediosos. Azorín pedía a gritos morirse. Uno sólo es capaz de influir dentro de cierto perímetro vital, hasta convertirte en algo grotesco, ya seas Sartre o seas Franco. Y sólo hay una pesadez mayor que la de envejecer más de la cuenta: contribuir a que los que tenemos alrededor envejezcan sin llegar a su límite, que es la única manera que tenemos de superarnos.

Compartir el artículo

stats