En un artículo anterior me permití recomendar la lectura de dos libros: Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, de María Elvira Roca Barea (Siruela, 2016); e Imperiofilia y el populismo nacional-católico, de José Luis Villacañas (Lengua de Trapo, 2019). Releídos comparativamente algunos apartados de estos excesivos textos -opuestos en la interpretación de muchos hechos y personajes en la historia del Imperio español (siglos XVI y XVII) y la España del XX y el XXI-, reitero la recomendación, ampliada a Una historia de España de Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara, 2019). Un libro necesario y complementario de los anteriores por su interpretación de los mismos hechos y personajes con mirada distante y un punto (o varios) autoflagelante y fatalista sobre el ser español. Algo muy español, por lo demás.

Si el libro de Roca Barea tiene 50 ditirambos sobre el Imperio y otros tantos antónimos sobre el origen y persistencia de la leyenda negra -similares en número a los dicterios que el filósofo valenciano dedica a la historiadora andaluza-, el escritor murciano compite en rasgos negativos atribuídos a los españoles (catalanes y vascos incluidos), comparables con los que se endilgan a argentinos, chilenos, colombianos o mexicanos; por lo cual la leyenda negra se puede extender a los países latinoamericanos y del Caribe que, junto con España y Portugal, forman parte de la Comunidad Iberoamericana, en tímida, vergonzante y costosa conformación desde la Primera Cumbre (México, 1991). Y el enorme número de cochinos mal capados que Pérez-Reverte describe, no deja lugar a la posibilidad de que en los últimos 527 años haya habido algunos más o menos bien preparados aquí y allá€

Los anteriores párrafos enmarcan -mejorada- la propuesta de conformar un calificado equipo de historiadoras/es que, con apoyo interdisciplinar, aborde la escritura de Una historia de Iberoamérica. La idea surge en las Cortes de Cádiz (1810-1814) que Roca Barea y Villacañas ignoran y que Pérez-Reverte despacha en pocas líneas sin mencionar, por ejemplo, a Félix Varela, diputado por Cuba y uno de los más brillantes representantes criollos, para centrarse en su liquidador, Fernando VII, el rey más infame del que España tiene memoria. Mi aproximación al tema se prefigura en el artículo Galeón, fratricidios y hermanamientos (LEVANTE-EMV 16/12/2015), escrito después de una prolongada rumia que adquiere especial vigencia y actualidad por tres eventos que se dan en octubre:

El jueves 10, el presidente Iván Duque hará pública la posición del gobierno colombiano sobre el Galeón San José, después de varias prórrogas desde la reunión con su homólogo español, Pedro Sánchez, en Bogotá, el 30 de agosto de 2018. El sábado 12 se celebrará (o no) en varios países y con diferentes nombres (algunos antagónicos) el descubrimento o redescubrimento de América, con anacrónico desfile militar de Día Nacional en Madrid. Y los días 17 y 18 se realiza en Bogotá la XX Reunión Iberoamericana de ministros y ministras de Cultura, en preparación de la XXVII Cumbre que se llevará a cabo en Andorra en 2020, con el lema de Innovación para el desarrollo sostenible - Objetivos 2030.

Se dice que las oportunidades no pueden perderse. Y si en algo coinciden Roca Barea, Villacañas y Pérez-Reverte, es en la lista de oportunidades perdidas por España antes, durante y después del Imperio. Pero el fortalecimiento de la Comunidad Iberoamericana en beneficio de los países miembros y pueblos concernidos, con un relato consensuado e integral que la explique y sustente (con memoria), tiene una oportunidad imperdible en la reunión ministerial en Bogotá, preparatoria de la cumbre en Andorra.

En el recuento de acuerdos y resoluciones de las 19 reuniones y 26 cumbres anteriores, la propuesta tendría un valor estratégico en el actual contexto internacional de realineamiento de bloques y podría concitar voluntades y recursos de ministerios y gobiernos.

Si la disolución del Imperio inglés, más breve que el español, dió paso, después de varias conferencias imperiales, a la Commonwealth conformada por 53 países; la Comunidad Iberoamericana (con 22) podría dar un salto cualitativo en su consolidación con una historia que permita conocer su pasado común -pletórico de tragedias y comedias, beneficios y maleficios- para construir un futuro mejor para todos. Se pasa la palabra.