La teoría y la práctica siempre han tenido problemas de coordinación. Es un clásico dilema a la hora de impedir la puesta en marcha de actuaciones en las que la realidad se da de bruces con las presuntas buenas intenciones, y se esgrimen excusas de mal pagador para justificar las consecuencia de una modificación de estatus y por tanto de criterio. O sea, un cambio de opinión en el mejor de los casos y un engaño cuando lleva inherente el incumplimiento de una o varias promesas.

Viene esto a colación de lo poco acertado que estuvo José Luis Ábalos los pasados días al criticar a los responsables del Open Arms y sentirse disgustado con «los abanderados de la humanidad que no tienen que tomar nunca una decisión, los que creen que sólo ellos salvan vidas desde el ámbito privado».

Vamos a ver señor Ábalos, ¿Acaso quiso usted decir que se arrepentía de haber sido abanderado de la humanidad cuando su gobierno actuó con el Aquarius de un modo que, de pronto considera inadecuado para los migrantes del Open Arms?

¿No ha sentido usted siquiera un poquito de vergüenza estos trágicos días —estoy seguro de que sí, porque me consta que es una buena persona— al ser incapaz de explicar a las 160 personas rescatadas por el Open Arms que no había puertos en la Unión Europea donde poder acogerlos?

Yo sí que he sentido vergüenza. Ya no sólo por la tortura que se ha infligido día tras día a los migrantes abandonados a su suerte, sino también por la falta de contundencia del Gobierno en funciones de mi nación para pronunciarse alto y claro, no calificar de fascista y xenófoba la postura del ministro de interior italiano, y también por no exigir inmediatez y rigor en la aplicación de sanciones por la omisión de ayuda y el incumplimiento de todos los tratados internacionales que Matteo Salvini se ha saltado sin contemplaciones.

Siento igualmente vergüenza por la inoperancia de la Unión Europea y su dudosa utilidad. Vergüenza por ser ciudadano de un mundo tan hipócrita y antisolidario. Vergüenza de quienes infravaloran el esfuerzo de algunas organizaciones no gubernamentales cuando intentan resolver lo que sólo debería ser competencia de los gobiernos.

Menos mal que al final — tras más de dos semanas de desesperada búsqueda de un puerto seguro — el presidente del Gobierno español en funciones decidió habilitar el puerto de Algeciras para el desembarco de los migrantes del Open Arms. Y menos mal también que Pedro Sánchez decidió valorar como «situación de emergencia la que se vive a bordo», y calificar de «inconcebible» la respuesta de cerrar los puertos por parte de Matteo Salvini.

Celebro el cambio de actitud y que ahora se ofrezcan los puertos de Mallorca o Mahón al Open Arms, aunque lamento que el Gobierno haya mantenido hasta el último momento un macabro pulso con unos seres humanos que en nada se diferencian de nosotros, al menos no en su capacidad de sufrir. Cuanto me habría gustado que desde el minuto cero de la tragedia, hubiera sido el Pedro Sánchez de hace un par de años el encargado de resolver el problema, y no el institucional y prudente presidente de Gobierno que ahora le corresponde ser, tan mediatizado por sus socios comunitarios como ellos lo están a su vez por sus circunstancias. Pero claro, en la práctica la política siempre ha sido así a la hora de aplicar soluciones, y siempre lo será.