Es su último capricho. Trump ha pedido a sus asesores que estudien la posibilidad de comprar Groenlandia. Parece una broma que recuerda a épocas pasadas, cuando los reyes conquistaban, vendían y cambiaban territorios con sus habitantes encima, pero por lo visto no lo es y todo indica que los Estados Unidos realmente quieren quedarse con Groenlandia. Trump es un magnate inmobiliario y debe considerar la compra como la de un solar en Manhattan o algo parecido, y quizás ha buscado inspiración en su predecesor Truman que ya ofreció sin éxito cien millones de dólares por ella al final de la Segunda Guerra Mundial. Groenlandia es una región danesa autónoma que administra sus propios asuntos, aunque depende de Copenhague para cuestiones de política Exterior, Defensa y moneda. Es la isla más grande del mundo, con una extensión de cuatro veces España (2,1 millones de kilómetros cuadrados) y una población que apenas sobrepasa los 50.000 habitantes, casi todos de raza Inuit y bien adaptados a un medio inhóspito, pues está recubierta en el 75% de su superficie por una capa de hielo de hasta tres kilómetros de grosor que ahora se está derritiendo como consecuencia del calentamiento global, haciendo subir el nivel de los océanos y mares en todos los confines de la Tierra. No es un entorno amable para la vida humana y por eso la mayoría de sus habitantes son focas, morsas y osos blancos.

En el pasado se podían vender y comprar países con toda normalidad. Los EEUU compraron Alaska en 1867 por 7,2 millones de dólares a una Rusia que acababa de perder la guerra de Crimea, se había quedado sin flota y no podía ni proteger ni abastecer aquel territorio. Fue un mal negocio porque al poco tiempo allí se descubrió oro. Napoleón vendió la Louisiana a los EEUU en 1803 por 15 millones de dólares y España les cedió luego la Florida por 5 millones en el Tratado Adams-Onís de 1819 después de que los norteamericanos la invadieran con la excusa de luchar contra los indios semínolas que habían apoyado a los ingleses en la guerra de 1812. España estaba entonces destrozada por las invasiones napoleónicas y por las guerras de independencia americanas y prefirió vender mientras aún podía. A continuación Jackson (el que aparece en los actuales billetes de 20 dólares) exterminó a conciencia a los semínolas. El mismo Prim quiso vender Cuba a los norteamericanos en 1869, pero estos prefirieron no pagarla y la consiguieron (junto con Puerto Rico) tras la guerra de 1898, cuando perdimos dos escuadras en Cavite y en Santiago y nos quedamos también sin poder avituallar y socorrer a nuestras islas del Pacífico. Entonces Silvela le vendió a Alemania los archipiélagos de las Carolinas, Marianas y Palaos por 25 millones de pesetas, mientras los yanquis se quedaban también con las Filipinas y Guam por el Tratado de París que ponía fin a la guerra y que nos dejaba sin imperio. Pero todo eso ocurría en el siglo XIX y hoy los tiempos son otros.

Hay tres razones que explican el interés de Trump por Groenlandia y las tres tienen que ver con los cambios que el calentamiento global está produciendo en el mundo. El Ártico está regido por el Consejo Ártico que integran los países ribereños (Rusia, Canadá, EEUU, Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca e Islandia). En mayo pasado EEUU vetó una declaración suya por hacer referencia al cambio climático, ese que Trump no quiere reconocer y que es el mismo que ahora hace que rutas hasta ahora impracticables por mares congelados comiencen a ser navegables. Son rutas entre el Pacífico y el Atlántico (el mítico Estrecho de Anián, el Paso del Noroeste) que navegantes antiguos buscaron sin éxito y que podrían ahora ser utilizadas, ahorrando mucho tiempo y dinero a comunicaciones y transportes de mercancías que deben dar a grandes rodeos por Suez o Panamá. Otro posible interés reside en los recursos naturales de esta inmensa región aún hoy virgen, que al parecer atesora importantes reservas de hidrocarburos cuya explotación es hoy prohibitiva por los costes y por las condiciones climáticas extremas que debe aguantar la maquinaria empleada, algo que también cambiará radicalmente con el calentamiento global. Y conviene estar preparado y tomar posiciones para cuando esto suceda. Finalmente, como no podía ser de otra manera, hay razones militares: los rusos tienen ya varias bases en el mar de Barents, junto a Noruega, que es el único mar que no se helaba hasta ahora, y donde han tenido últimamente graves accidentes nucleares. Por su parte, los EEUU tienen una enorme base en Thule, al norte de Groenlandia donde los chinos también querrían construir una, aunque para alivio de Washington sus ofertas han sido hasta la fecha rechazadas por Dinamarca. No en vano la primera ministra danesa Mette Frederiksen acaba de recordar que los EEUU son el primer socio de Dinamarca en cuestiones de seguridad y defensa. Pero cada uno en su casa.

Los motivos de Trump son de peso. Pero tienen el inconveniente de que Groenlandia «no está en venta», como acaba de recordar el gobierno danés, mientras que el presidente groenlandés ha resumido diciendo lacónicamente que todo esto «es una discusión absurda». La negativa danesa, algo burlona, no le ha gustado nada a Donald Trump, que ha llamado desagradable («nasty») a la primera ministra y ha cancelado la visita que iba a hacer a Dinamarca a principios de septiembre. Este hombre aún no ha comprendido que no todo se puede comprar con dinero.