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Una plaza de la Concordia en la Gran Vía para Grezzi

El agosto valenciano ha estado pendiente del culebrón del jugador -silente- Rodrigo Moreno y los chalaneos mercachifles de los propietarios de sus derechos futbolísticos, Peter Lim y Jorge Mendes, con otro vendedor de alfombras balompédicas, el hijo de Jesús Gil, cuya biografía, por cierto, acuña en HBO una serie recién, muy vista, El pionero. Pero ha habido estos días veraniegos otro gran tema que ha llamado poderosamente la atención del gran público. Nos referimos a los cambios en la circulación del tráfico rodado que la concejalía de Mobilitat Sostenible i Espai Públic ha puesto en marcha a lo largo de las vacaciones, en especial en el tramo de la calle Ruzafa.

Hacia la esquina de dicha céntrica calle han ido paseando vecinos y otros viandantes para comprobar en qué estado va quedando la medida gubernativa, primero compartimentando los tres carriles de circulación con sus nuevas pinturas y bolardos reflectantes, y luego los ajustes de semáforos -algunos han sido eliminados- así como las señales de prohibición de los giros y redireccionalidad del tráfico hacia otras isletas desde donde cambiar de sentido.

Mientras han durado los trabajos de transformación de este enclave se ha seguido circulando con la anterior normalidad, con brigadas de operarios y no agentes del orden, lo que provocaba que diversos vehículos desoyeran las restricciones avistadas y se tiraran el asfalto por montera, incluyendo algún que otro tráiler de varios metros de longitud con destino a una macrotienda del centro que maniobraba el giro de la Gran Vía del Marqués del Turia hacia el centro como si fuera una gincana.

Veremos cómo va quedando el respetable y la circulación viaria los próximos días, cuando regresen todos los vecinos de la urbe y ésta recobre su pulso más habitual. Y cómo transcurre la nueva normativa en lo que es, o al menos ha sido durante muchos años, la vía principal de acceso desde la principal ronda de la ciudad al centro de la misma, el punto clave que, singularmente, siempre suele cerrarse cuando, como durante las Fallas, se quiere restringir drásticamente la circulación neurálgica.

No cabe la menor duda que el ya famoso y controvertido concejal que opera sobre la materia, el napolitano Giuseppe Grezzi, busca con la medida aumentar los efectos de disuasión sobre los usuarios del automóvil privado, en especial para sus desplazamientos por la ciudad histórica. Su solución técnica resulta obvia, agudiza la estrechez del embudo circulatorio en la calle Ruzafa, y como ha venido ocurriendo con Reino de Valencia, los coches buscarán itinerarios alternativos para evitar colapsos.

El espacio urbano sobre el que se interviene es, sin embargo, mucho más delicado que eso. Confluyen allí muchos flujos y no parece que las soluciones aportadas vayan a mejorar mucho la situación. Se impone algo tan de Perogrullo como transformar la unión de las dos grandes vías con los dos extremos de la calle Ruzafa y la citada avenida del Reino en una gran rotonda que ordene de modo sencillo y lógico todas las circulaciones en curso. Sería poco menos que la gran plaza de la Concordia valenciana.

Y no lo digo con recochineo. Antes al contrario. La rotonda se constituiría en la gran contribución de Grezzi al ordenamiento urbano de la ciudad que le acoge, por más que no hubiera monolito o escultura adhoc que le conmemorara a falta de obelisco para mejora del paisaje y ornato de la ciudad.

Es lo que ocurre con Grezzi. Todo lo suyo genera polémica, básicamente porque es el único decidido a gobernar aunque se equivoque. El resto del equipo municipal parece quietista, incluyendo nuestro ágil alcalde ciclista Joan Ribó. Pero valor, el que le echa colloni de verdad, ese es Grezzi, quizás por ser campano y no contemporizador a la valenciana.

Nos guste o no -que a unos les gusta a morir y a otros les da una grima insoportable- lo cierto es que este ecologista napolitano de largos mostachos ha transformado la ciudad. Que ya es otra la València que vivimos, penetrada por multitud de carriles ciclistas y collas de bicicletas que a veces parece uno que se haya despertado en Copenhague y no a orillas del Turia.

Y esto no ha hecho más que empezar, pues al empeño del político radical se suma la tendencia de la cultura urbana y los avances tecnológicos. Los jóvenes ya no se sacan el carné de conducir de modo ansioso nada más cumplir los 18, ni se compran un coche a plazos con el primer jornal. Los coches eléctricos, el alquiler de vehículos a una escala inimaginable, los patinetes o las bicis han venido para quedarse. El mundo está cambiando. Se mueve.

En Benidorm, por ejemplo, en la última promoción de apartamentos en primera línea de la playa de Poniente, con la compra de una de las viviendas ya regalan una bicicleta y un coche eléctricos con parking adaptado a la recarga energética. Y estén atentos a cómo evoluciona nuestro cluster automovilístico, el parque de Ford en Almussafes, donde seguramente se jugará en los próximos meses buena parte de nuestro futuro valenciano de años.

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