Un equipo de publicistas español ha inventado un juego que puede hacer inolvidable la más aburrida de las cenas de amigos: el «We too, too». Para jugar se requiere un grupo de no menos de seis personas, preferiblemente de ambos sexos y mayores de 35 años. El juego reta a quienes participan a mencionar en un tiempo máximo de 45 segundos, los usos y costumbres de las relaciones entre los sexos que conozcan que hayan entrado en desuso en los últimos tiempos o se podrían considerar hoy mal vistas. Por ejemplo: «Colgar fotos de mujeres semidesnudas en los garajes; decir la chica de la puerta en lugar de recepcionista; utilizar marica como insulto; los anuncios de detergente protagonizados por mujeres vestidas de ama de casa; decir señorita a una estudiante que levanta la mano en un congreso...». No se puede repetir, de manera que a medida que avanza el juego los enunciados adoptan un tono más íntimo, tipo: «que el padre no se levante por las noches para dar el biberón al bebé; que los planes de igualdad solo incluyan medidas de flexibilidad horaria para las mujeres; que la custodia no sea compartida...». Si te quedas en blanco, te expulsan. Gana quien alcance la cuarta ronda y, en caso de empate, quien haya mencionado más referencias a costumbres desfasadas. Este juego, diseñado inicialmente como un método para identificar y evitar el sexismo en las campañas publicitarias de cualquier marca, nos devuelve una descripción certera de los cambios que las relaciones de género han experimentado en nuestro país en los últimos tiempos.

Leemos en un reciente estudio que aunque son muchas las cosas que han cambiado en las normas de convivencia entre los sexos, y en lo que se considera normal y deseable, hay resistencias. Eficaces resistencias que condicionan nuestras valoraciones: un 25 % es un porcentaje importante. Un 75 % es tres veces más importante. Tres de cada cuatro estudiantes universitarios varones entrevistados dijo no sentirse discriminados por ser varón. Es muy posible que tres de cada cuatro jóvenes varones universitarios se sientan parte activa de la transformación de los usos y costumbres que organizan las relaciones entre los sexos hoy día. Que prefieran otro marco de convivencia. Otros estilos de relación y otros valores. Y ahora imaginemos, diez años atrás, la misma pregunta dirigida a una población de mujeres estudiantes universitarias. ¿Cómo se repartiría el porcentaje? ¿Dónde se habrían publicado los datos? Y ¿cuánto tiempo dedicaríamos en nuestras conversaciones cotidianas a esos resultados?

La próxima vez que juegue al We too, too, que no se me olvide mencionar «que a los niños varones se les deje llorar menos tiempo que a las niñas». Aunque quizás esto todavía no ha caído en desuso.