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El nuevo populismo ambiental no basta

Tenemos populismos chavistas, trumpistas, podemistas... y ahora llega al supermercado ideológico del siglo XXI un nuevo producto: el populismo ambiental, que vendría a ser lo que hace la niña climatizada sueca Greta Thunberg y su movimiento XR (Extinction Rebellion), que tratan de influir en los políticos de todo el mundo -una gerontocracia negacionista, a juicio de tan jóvenes activistas- para adoptar medidas contra el calentamiento global.

Mark Beeson, profesor de Política Internacional de la Universidad de Australia Occidental, acuñó el término "populismo ambiental" en un libro publicado en mayo pasado y que versa sobre las "políticas de supervivencia en el Antropoceno". A la hora de catalogar el "populismo ambiental", el autor matiza que no estamos hablando de ese tipo de "política pseudodemocrática" y "mesiánica" que pueden desplegar, por ejemplo, Putin, Trump o Maduro. Este pensador australiano matiza que la Extinction Rebellion es más una "versión progresista del populismo". Es decir, del estilo de Syriza en Grecia, Corbyn en el Reino Unido, el movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos o las protestas antiglobalización.

El populismo ambiental incorpora dos características propias que fomentarán su expansión, según Beeson. "Primero, el cambio climático trasciende la clase, la raza y la nacionalidad, el género y la religión, incluso si no crees que se esté produciendo, nos afectará a todos. Aunque impactará desproporcionadamente más sobre las naciones más pobres y sobre los más pobres dentro de esas naciones", escribe este autor en la plataforma divulgativa "The Conversation". La segunda característica a favor de esta forma de reivindicación y movilización ciudadana que está prendiendo entre los más jóvenes es que el impacto del cambio climático se está acelerando. "Las cosas va empeorar mucho", sentencia Beeson.

El populismo ambiental ya está logrando algunos de sus objetivos. Al menos el reconocimiento de la clase política empieza a hacerse visible en "declaraciones de emergencia climática" como la que efectuó el Reino Unido en mayo, la primera que hacía un Gobierno. Beeson ve "poco probable" que los principales partidos políticos de Occidente acudan a las urnas ofreciendo "políticas ambiciosas" contra el calentamiento global. Quizá el votante medio aún siga sordo a ese tipo de promesas. Lo que sí afirma con total contundencia es que "el clima cambiará la política en todas partes".

Lo mismo que otros populismos se convierten en enfermedades democráticas agudas que acaban produciendo lo contrario de lo que prometen -empoderar, con perdón por el palabro, al pueblo-, Beeson se pregunta si el "populismo ambiental" conseguirá finalmente salvar el planeta. "La presión política es una cosa, pero el cambio significativo es otra cosa muy distinta", responde. O sea, no bastará.

La "descarbonización" de la economía global supone "tomar medidas en una escala histórica sin precedentes" y ahí la protesta ambiental de unos pocos podría forzar a los líderes a actuar. Pero lo que hace falta para salvar la Tierra de la acción del ser humano es, según Beeson, justo lo contrario del populismo: "un compromiso a nivel micro" de esos millones y millones de personas que no salen a manifestarse.

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