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La columna

Se nos terminó agosto y con él el verano, aunque luego el calendario diga lo que diga y lo alargue todo veintitantos días más. Pero hemos de admitir que esto se ha acabado. La carretera de pronto es un río que no va a dar a la mar, que es el vivir, sino a la rutina y sus pesares. Por eso el viaje de regreso tiene ese aire triste y cansado que muestra quien vuelve sin ilusión, forzado, sin ganas.

Entretanto, yo miro por la ventana por la que siempre miro esperando que los benévolos dioses me concedan el tema de la columna. Escribir columnas, en agosto y en todo tiempo, lo decía mucho Alcántara, es la última esclavitud. Se pasa uno la vida pensando en la columna y escribiendo la columna, pero raras veces piensa, escribe, teoriza sobre ella, sobre el hecho de sentarse a este lado de la ventana, el menos divertido, y esperar que se te ocurra algo que los demás quieran leer compartiendo contigo parte de su tiempo.

Recordaba mi amigo y compañero José María de Loma hace nada aquello que decía González Ruano, que la desnudez del columnista es lo que funciona de cara al lector. Y es rotundamente verdad. Escribir columnas, si uno se pone a ello de verdad, es siempre un acto de desnudez intelectual, a veces también emocional, pero desnudez al fin y al cabo. Uno aborda la columna desde su opinión y también desde su emoción y las expone, las deja a la intemperie, para que los demás vean y juzguen.

La columna es el género periodístico más próximo a lo literario (cuando no es literatura en estado puro) y, por ello, para abordarla no es preciso tener demasiada información, sino una perspectiva o una impresión y un cierto modo de decir las cosas, lo que en otro tiempo se llamaba estilo. Con eso es suficiente, con eso bastó para que algunos nombres hayan pasado a la historia del periodismo y de la literatura, gente como el santo patrón Mariano José de Larra, Julio Camba, César González Ruano y, ya más recientes, Umbral, Manuel Vicent y mi llorado maestro Alcántara. Con todo, conviene a la columna el no ser completamente intimista ni faltar a la verdad, quedarse siempre a un palmo de todo eso.

Siempre he aspirado a escribir mis columnas como lo hicieron mis maestros, como si no tuviese demasiadas ganas de escribir, del modo en que un caballero se toma un aperitivo, sin parecer sediento, con un elegante desapego. Acaso la mezcla exacta, la fórmula de la columna perfecta, sea un poco de literatura, un poco de ironía y un poco de distancia en la mirada. Como un verano que se va, que se está yendo, que ya se ha ido.

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