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El dilema del ser y del estar en la izquierda

Ya va para cerca de seis meses que nuestro país -me refiero a la administración central del Estado del Reino de España-, vive sumido en el limbo de la provisionalidad. Como todo buen lector debe saber, tuvimos elecciones a finales de abril pero no se ha logrado configurar ninguna mayoría parlamentaria suficiente como para formalizar un nuevo Gobierno. Siguen en funciones todos los miembros del gabinete del socialista Pedro Sánchez desde el pasado 28 de abril, más de 130 días después de aquellos comicios, lo que tampoco es el fin del mundo aunque muchas iniciativas políticas estén hibernadas hasta que se despeje la situación.

A lo largo de todo este interregno la cuestión política más candente y reiterativa ha sido, y sigue siendo, el desencuentro entre los dos grandes partidos políticos de la izquierda española: el PSOE (123 diputados, el 35% de la cámara) y el inclusivo Unidas Podemos (35 diputados, el 10%). En términos empíricos la suma de ambos no alcanza al 51% del parlamento con el que conseguir ganar por mayoría las votaciones que se precien, pero representan el conjunto más importante en estos momentos dentro del hemiciclo, algo más que la adición de todos los escaños de los tres partidos de centroderecha, derecha y extrema derecha que alcanzan 147 diputados, un 42% de la cámara.

Como en una montaña rusa, socialistas y podemitas las han tenido tiesas y también han acercado posturas a lo largo de muchas semanas. Han jugado al gato y al ratón, a la construcción de un relato ganador -lo que antes se llamaba argumentario-, a la gestión hegemónica en los medios, al dime y al direte, a todo lo que, en definitiva, cualquier asesor de comunicación política pueda imaginar en estos tiempos de listeria que corren. No había Gobierno oficializado ni sesiones parlamentarias pero, la verdad, es que han pasado el verano dando la tabarra con este tema. La tentación no estaba en el piso de arriba, ni en la playa ni en la piscina, era todo un paseo estival por el amor y el desamor político con Sánchez y Pablo Iglesias más sus correspondientes think tanks como estelares protagonistas.

Hasta los tertulianos más avezados y capaces de explicarnos los complejos arcanos de la actividad política han terminado aburridos del asunto, haciendo toda suerte de pronósticos que, a fecha de hoy, todavía siguen siendo validados en las casas de apuestas, pues el plazo sigue abierto hasta el 23 de este mes. Al día siguiente de esa fecha, si no hay un acuerdo de estabilidad, el rey Felipe VI firmará el decreto de disolución de las Cortes Generales, y a nuevas elecciones en noviembre.

En medio de las vacaciones hemos oído hablar de gobiernos de coalición paritarios, de coalición relativa, también en función del porcentaje -3,5 ministros a 1 a favor de los socialistas-, de independientes pero afines y a la portuguesa, de los temores del Ibex, del mosqueo de los sindicatos, de los intelectuales de izquierda, de los cineastas progresistas, de pactos programáticos, de otro tipo de pactos, de apoyo sin pacto, de abstenciones, de cargos y repartos en el segundo escalafón€ Menos de embajadas, creo que se ha negociado o se ha hecho ver que se negociaba sobre una infinidad de fórmulas posibles y, todavía, ninguna parece la buena.

Todo ello, y más allá de una explicación relativa a las desavenencias personales entre los citados Sánchez e Iglesias, a sus ambiciones y sentidos de la oportunidad, deja vislumbrar una profunda crisis existencial entre dos modelos de izquierdas en nuestro país que no deja de ser la que, secularmente, padece el llamado bloque ideológico de la izquierda desde la Revolución Rusa. Obviamente con todos los matices, actualizaciones y erosiones que el paso del tiempo ha producido. En resumen, se trata de un problema del ser de la izquierda pero en el estar de la España actual.

Lo que tenemos delante tendría que ver tanto con la falta de determinación de los socialistas -en realidad, socialdemócratas- para zanjar la cuestión de su ser de izquierdas estando a su vez plenamente integrados en el parlamentarismo occidental, de evidentes raíces burguesas y bienestantes. Dilema que también sufren los podemitas, pues a su ser radical -más aparente y basado en signos estéticos, como ir descamisados o cantar con el puño en alto- le incorporan un estar «acoplado» al sistema: profesionalizándose en la política e incluso pidiendo créditos hipotecarios para que alcance a comprar una casa suficiente en las afueras.

En ese sentido resulta tan paradójico como revelador que la coalición de ambos partidos no resulte problemática ni en el escalón autonómico ni en el municipal, lo que da a entender que estos se consideran menos trascendentes en lo político. Se pone en evidencia así que la administración de los intereses generales del país es otra competición, más champions, pues con las cosas del comer no se juega, ni con la política exterior, ni la defensa, la justicia, ni mucho menos la economía, donde a la mínima se ahuyenta a inversores, turistas y capitales extranjeros. Todo lo cual resulta de lo más lógico y entendible habida cuenta del compromiso por la estabilidad que representa cualquier orden político basado en la democracia.

Lo más curioso es la falta de explicaciones coherentes sobre el fracaso del entendimiento. Dentro de ese escenario ha sido la voz valenciana del ministro José Luis Ábalos, precisamente, la que con más claridad ha dictado a Podemos las claves de la problemática del Estado español. Pero Iglesias no se da por aludido, ni siquiera cuando se lo han susurrado los suyos. De hecho no lo ha hecho nunca, salvo cuando vio a Sánchez zarandeado groseramente por Albert Rivera en los debates televisados. El politólogo de la Complutense, forjado mediáticamente en los resortes de La Tuerka, no ha acertado en ninguna de las jugadas que ha tenido delante para cambiar su destino ante el poder. Desde su autopresentación como vicepresidente de facto ante las cámaras, hace de ello casi un lustro, ha ido a peor. Su estar empieza a ser una caída al vacío inexorable de no mediar una revolución interior, la suya.

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