El Plan Marshall, uno de los mayores éxitos económicos y políticos del Siglo XX, fue una iniciativa estadounidense para contribuir a la reconstrucción de una Europa Occidental, devastada por la Segunda Guerra Mundial, de la que se beneficiaron tanto países vencedores como vencidos (España, no participante directo en la contienda, no recibió dicha ayuda, aunque otros países no beligerantes como Portugal, Suiza y Turquía sí se beneficiaron, de ella, aunque con cantidades modestas). En total, la región recibió, entre 1948 y 1951, una masiva inyección financiera de unos 100 mil millones de dólares actuales que permitió la recuperación económica, y también política, de Europa Occidental. Sin el Plan Marshall esta región no habría gozado de la prosperidad y estabilidad que ha alcanzado y la Unión Europea no habría existido.

Por todo ello, la noción de un Plan Marshall ha flotado en distintas ocasiones, y para lugares distintos, como posible mecanismo para resolver otras crisis intratables. El apoyo que Europa Oriental recibió tras la caída del Muro de Berlín se llegó a calificar como un "Plan Marshall". También se ha hablado en algunas ocasiones de un "Plan Marshall" para África. A finales de los años 80 circuló, por los pasillos de la Comisión Europea en Bruselas, la idea de un "Plan Marshall" para afrontar el conflicto israelopalestino. Los acuerdos de Camp David de 1978, que habían marcado la paz entre Israel y Egipto, quedaban ya lejos y eran tiempos previos a la Conferencia de Madrid de 1991 que intentó hacer revivir el entonces (y ahora) letárgico proceso de paz entre israelíes y palestinos. Eran tiempos en los que también empezaba a dibujarse una política exterior de la Unión Europea hacia el grupo de países del sur y del este mediterráneos y se pretendía que la comunidad internacional, con activa presencia de la Unión Europea, ayudase al entendimiento entre aquéllos.

La idea de un "Plan Marshall" para la región (se pensaba que sus beneficiarios principales fuesen los palestinos, pero también los jordanos y tal vez los egipcios, libaneses y sirios) tenía su lógica. Se basaba tanto en los objetivos del Plan Marshall como en la metodología de lo que entonces aún se conocía como la Comunidad Europea. Es decir, promover la empatía política mutua tras, y a través del, fortalecimiento de las bases económicas de la región. Algo que también parece estar tras los designios del Presidente Trump en su iniciativa reciente para el Oriente Medio.

Ahora bien, el éxito del Plan Marshall para Europa posiblemente es irrepetible y la metodología de la construcción europea también. Lo que Trump, y quienes sueñan con un posible Plan Marshall para la región, aparentemente no comprenden es que lo que tal vez hace menos falta allí es dinero, que palestinos (y egipcios y, en menor manera, Jordania) han recibido de la comunidad internacional en proporciones incluso ya mayores a las recibidas por Europa Occidental con el Plan Marshall. Lo que hacen falta son tres cosas que si existían en Europa incluso tras la asolación bélica: por un lado, un entorno no violento, que dé confianza a los inversores; por otro, una voluntad política de entendimiento mutuo que incluya romper con un pasado de confrontaciones hegemónicas e incluso disputas territoriales; finalmente, una calidad de gobernanza que permita emprender eficazmente los cambios necesarios. Si algo falta en la región (especialmente, en Israel y los territorios palestinos) es la confianza de que una mejora económica en Cisjordania y Gaza les lleve a una reconciliación. Pero también falta en los territorios palestinos (y, por ende, en muchos de sus vecinos) una calidad de gobierno que evite el patrimonialismo y la corrupción administrativa. Y eso no se compra con dinero.