Hace unas semanas escribía sobre las acusaciones a Plácido Domingo sobre supuestos casos de acoso sexual. Había quien entonces hablaba de denuncias de 9 mujeres despechadas que ni siquiera daban la cara. Hoy ya son 20 las mujeres que le acusan y dos de ellas han dado la cara hartas de tener que callar durante años los tocamientos, besos furtivos y persistentes llamadas de teléfono nocturnas a las que eran sometidas. Ahora se conoce también que la gerencia de algunos teatros protegían a las cantantes o bailarinas mas jóvenes para que no sufrieran esos supuestos abusos de poder por parte del tenor.

Me parece que esto no ha hecho más que empezar. En breve serán otras las que se atrevan a contar su particular infierno animadas por las primeras y estaremos ante un nuevo caso en el que poco a poco los que ahora le defienden dejarán de aclamarlo.

Aquellos que aplaudían lo poco acertado de la defensa del cantante cuando se refirió a las acusaciones diciendo «las reglas por las cuales somos medidos hoy son muy diferentes a las del pasado», espero que recapaciten. No se trata de juzgar a nadie sin preservar el derecho, como dije en otra ocasión, a la presunción de inocencia, pero no creo que ponerte detrás de una señora mientras se maquilla y meter la mano en sus pechos sin consentimiento previo estuviese bien visto antes. Ni antes ni por supuesto ahora.

A menos que crean como Albert Boadella que «las manos de un macho no están para estar quietas precisamente» en un intento de naturalizar los abusos y violaciones hacia las mujeres.

Afortunadamente en mi vida, tanto personal como política, estoy rodeada de hombres que no piensan ni actúan así. Que no son monstruos que consideran que su género debe ser violento, machista y depredador. Que entienden que las relaciones entre dos han de ser consentidas y que NO es NO siempre y que además de con la palabra hay muchas otras formas de manifestar el consentimiento. Y desde luego abusar del poder que otorga una responsabilidad mayor o la fama no hace a ningún hombre acreedor de tal consentimiento.

El tiempo dirá, y la justicia por supuesto, si Plácido Domingo es culpable o no de los hechos de los que se le acusan pero la reflexión está servida. Las mujeres no somos mercancía que se pueda usar y tirar. Que se pueda comprar, que se pueda alquilar para satisfacer deseos momentáneos e irrefrenables.

Las mujeres somos compañeras de vida. Somos más de la mitad de la población. Merecemos el mismo respeto que ellos reclaman para sí mismos. No somos las culpables de vuestra malentendida o inexistente educación sexual. No somos parte de ninguna película porno que hayas visto en el cine o las redes sociales.

No somos vuestras enemigas. Somos vuestras aliadas y os queremos al lado pero como iguales.

No parece difícil de entender, verdad? Sé que muchos hombres se sienten identificados con este artículo. Apelo a ellos para acabar con esta lacra en la que amenaza convertirse también la violencia sexual en sus múltiples apariencias.