Cada año llegan más cruceros a nuestros puertos y el número de españoles que optan por esta forma de viajar es mayor. Para los de mi generación, durante muchos años, realizar un crucero solamente estaba al alcance de personas con un poder adquisitivo muy alto. Hoy día, no es un viaje barato, pero se puede afrontar juntando algunos ahorros. Recientemente pude cumplir con el sueño de realizar un viaje navegando. Elegí un crucero por los Fiordos pues intuía que el paisaje de la costa de Noruega sería precioso visto desde el mar. La experiencia resultó agridulce en un barco que es de los más grandes del mundo; abordo íbamos 5000 pasajeros más la tripulación. El ascensor subía hasta el décimo octavo piso lo cual da muestra de sus dimensiones. Quiso la mala fortuna, que en una travesía placentera, mi maleta no arribara al barco; entre la aerolínea y la naviera se perdió. Según SITA, 25 millones de personas pierden sus maletas al año en todo el mundo. Me tocó; cuesta entender que con los medios actuales esto suceda. El majestuoso barco era una mezcla entre gran hotel, casino de las Vegas y centro comercial. En el viaje, a la hora de entrar y salir del navío, debido a las lógicas medidas de seguridad, las colas eran considerables. En las excursiones, la concentración de tanta gente en el mismo lugar era agobiante.

¿Es el turismo de cruceros un turismo de excesos? El debate está servido. Francina Armengol, presidenta del Gobierno de Baleares, piensa que hay que fijar un techo que sea sostenible social y económicamente a este tipo de turismo. Cada vez los barcos son de mayor envergadura; la Agencia Europea de Medio Ambiente denuncia que los cruceros generan muchísimos residuos y contaminación. Un crucero de tipo medio consume el gasoil equivalente a 12.000 coches, con el agravante de que tiene un alto contenido en azufre. Las aglomeraciones que se producen y que concentran a mucha gente en lugares concretos producen la turismofobia. En junio, habitantes de Venecia se manifestaron contra la entrada de estos grandes barcos en su ciudad ya que dañan el patrimonio y erosionan el ecosistema; muchos venecianos están teniendo que marcharse de su ciudad ya que no soportan la presión turística.

Los impactos económicos beneficiosos son incuestionables; este sector es tremendamente productivo para la economía. Según el CLIA, cada crucero que llega al puerto de Barcelona genera un millón de euros en facturación y nueve puestos de trabajo. En 2018 el puerto de València recibió 421.518 cruceristas. Sagunto, Requena, la Albuferra, el centro histórico de València, la Ciudad de las Artes y las Ciencias y la ruta de los Borja son algunas de las excursiones que promueven las navieras.

El crucero es una metáfora del capitalismo sin límites al que hemos llegado. Mientras los que hemos pagado nuestra cuota correspondiente disfrutamos de terrazas, piscinas, jacuzzis, bufets, restaurantes y espectáculos; existen personas trabajando en condiciones leoninas. Asistentes de camarote, camareros de restaurantes, camareros de bar, asistentes de tiendas, personal de spa, fotógrafos, equipos de animación, personal de limpieza y mantenimiento… Trabajadores procedentes de Filipinas, la India o Pakistán realizan jornadas laborables extensísimas, sin apenas días de descanso, para conseguir sueldos mínimos. Sus camarotes son compartidos y se encuentran por debajo del nivel del mar. En el crucero la ostentación, el lujo y el capricho se sirve con empleados que siempre tienen una sonrisa y están dispuestos a esforzarse más y más.