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Palabras malditas: crisis para Zapatero, recortes para Oltra

Las palabras «crisis» (coyuntura de cambios en cualquier aspecto de una realidad organizada pero inestable, sujeta a evolución) y «recortes» son polisémicas por lo que su significado acaba dependiendo del verbo y/o el adjetivo que les acompaña. Ambas son ampliamente utilizadas por ciudadanos y medios de comunicación, en las más desagradables semánticas de sus respectivos sentidos. Algunos políticos han decidido no usarlas en sus discursos y lo han mantenido con tanta disciplina que parece más próxima de la intención de engaño que de la búsqueda del rigor léxico.

Zapatero fue todo un ejemplo de renuncia a un vocablo, tuvimos un presidente obstinado en no usar la palabra crisis, intentando con ello negar su existencia, lo hizo con tanta disciplina, que cuando no tuvo más remedio que usar la palabra maldita, en una entrevista en Antena 3, en junio de 2008, el acontecimiento se convirtió en noticia de primera página, con la correspondiente chanza generalizada. El hecho que después de meses ya como «ex» tuviera un arrepentimiento público por tan dudoso proceder verbal, poco importó a una ciudadanía cuyo sentido común les decía que el presidente había seguido una conducta poco menos que infantil, al actuar como si el mero hecho de no pronunciar el vocablo pudiera evitar la realidad de la «crisis» económica que sufría España desde hacía meses. La confesión fue clara: El retraso en citar la palabra crisis fue un error, pero es absurdo que alguien pretenda que había una intención inexplicable, que simplemente era para «dar un mensaje positivo» a los mercados y a los actores internacionales y nacionales. Su justificación es que en 2008 todavía había crecimiento económico, aunque en la calle «ya había sensación de crisis», eso sí, admitió «todo saltó por los aires», en octubre de 2008.

La vicepresidenta Oltra con todo lo que se está sabiendo sobre las arcas de la Generalitat Valenciana (GV) tiene también aversión por una palabra: «recortes» y está llevando a cabo toda una cruzada para huir de ella. El ejercicio se plasma los viernes a viernes, durante la rueda de prensa sobre lo acordado por el pleno del Consell y ello a pesar de la claridad y dureza del conseller Soler sobre lo que inevitablemente tenía que hacer la GV. En el penúltimo Consell, se esperaba que la terrible palabra «recortes» fuera finalmente usada para encarar la situación cuando todavía queda más de un trimestre hasta el cierre del ejercicio 2019. No hubo «recortes», la razón del silencio de entonces fue la promesa de una entrevista entre el president y la ministra de Hacienda que debía haberse celebrado el martes, cosa que no ocurrió pues la Sra. Montero tuvo que acudir a la segunda de las reuniones con Unidas Podemos, cuya carencia de resultados conocemos con todo lujo de detalle. Este último viernes, se esperaba que algo se dijese pero la palabra, de nuevo, volvió a hacer mutis por el foro, la excusa, que la reunión prevista para la pasada semana, tendrá lugar hoy lunes. Todos esperamos algún milagro, en forma de 730 millones que el Gobierno sigue afirmando que no puede transferir.

Vivimos unos momentos en los que pedir disculpas o reconocer errores parece una forma de sentirse libre de cualquier responsabilidad, especialmente si existe la posibilidad de señalar a otro como culpable. «Yo tengo que pedir disculpas a todas las personas y entidades que se están viendo afectadas por los problemas financieros de la Generalitat», una forma más de dar una patada a un balón, camino de no se sabe dónde. Sobre la posibilidad de algunos ajustes presupuestarios (vulgo, «recortes») como si no hubiera demasiadas urgencias: «hay que ir paso a paso» y los aprobará el Consell «cuando la propuesta esté madura». Desgraciadamente para los valencianos, igual que Zapatero, más pronto que tarde Oltra tendrá que comerse sus propias palabras, ya que para ella, antes de entrar a valorar «ningún ajuste» en el apartado de gastos del Presupuesto de la Generalitat, será «condición previa exigir los Ingresos que legalmente corresponden a la GV».

Aunque, mal de muchos€, vale la pena ver que piensan otros, por ejemplo Feijoo desde Galicia: «Nos abocamos al colapso de las haciendas autonómicas». Habló de un camino que se bifurcaría: de un lado, la ruta espinosa del incumplimiento con el Estado por partida triple: déficit, regla de gasto y deuda pública; y del otro, la vía dolorosa que pasa por «el recorte» (en Galicia, sí lo usan). Como si fuera Oltra: «Yo no voy a recortar el presupuesto de la comunidad autónoma, no voy a recortar los servicios públicos. Voy a cumplir el presupuesto que tenemos aprobado en el Parlamento». Aunque una se defina como nacionalista de izquierda y otro lo haga como regionalista conservador, ambos responsables han decidido hacer afirmaciones, que de ser ciertas, nada tienen que envidiar por su contundencia con el independentismo catalán. Valga la literalidad de las palabras de Feijoo: «Lo que pretende el gobierno con el bloqueo de la deuda es contagiar a las comunidades autónomas y que tengamos un caos presupuestario para incrementar el caos global. Parece que le interesa bloquear el país desde todos los puntos de vista», Un caos que según él presidente gallego (no muy lejos de las posiciones de Oltra) estaría planificado desde La Moncloa, con objeto de presionar vía las autonomías para que facilitará la investidura de Pedro Sánchez.

Las autonomías no nacieron para presionar investidura alguna, pero parece que el propio Feijoo lo admite cuando habla, a partir de la situación de las autonomías, de «gran coalición» entre PP y PSOE. De ser así algo olería a podrido. Nuestra Constitución no va por este camino. Quizás mejor elecciones.

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