El pacto interminable parece toca su fin. Como en La historia interminable, libro mágico de Michael Ende, afamado hace décadas, en búsqueda de la realidad, las negociaciones para la investidura se topan con ella. Dos fuerzas políticas, PSOE y Podemos, se buscan sin encontrarse, cuando la realidad del desencuentro resulta evidente. Hoy, en nuestro democrático viejo continente, tras la caída del muro de Berlín hace ya treinta años, 1989, y la crisis económica, 2008, diferentes movimientos de protesta, nacieron para contrarrestar la crisis social y la estructura política de la época. En España, Podemos, entre otros, nacido hace cinco años, 2014, tras el 15-M de 2011, tratando de desbancar a la entonces denominada «casta».

Eduardo Galeano nos habla de los valores de la comunidad, como aquellos que deben permanecer inalterables para la sociedad democrática. Cuestiona cómo hemos llegado a la degeneración actual, y señala que la solución se encuentra en un modo de pensar, y convivir, que respete las diferencias, y reduzca las desigualdades. Pero las cosas ya no volverán a ser como antes. El propio sistema debe aceptar que los tiempos han cambiado, que las reglas son otras, y que las desigualdades actuales son inadmisibles y los acuerdos necesarios.

Ahora en España, hemos llegado al momento de conocer si sabemos pasar de las palabras a los hechos. De las promesas a la realidad. Del compromiso al entendimiento, con voluntad de cooperación. No coincidencia absoluta sino capacidad de aceptación. No abdicación de unos principios sino aproximación ante unas diferencias. Sean ideológicas o territoriales. La realidad social cambia y las instituciones deben adaptarse a la misma. Sin líneas rojas que impidan transitar sino con manos tendidas con sinceridad que permitan reconocer los cambios y avanzar en el encuentro.

Para pactar no hace falta estar de acuerdo en todo sino aceptar al otro y salvar las diferencias de cada cual en base a un proyecto democrático que acometa las necesidades sociales y las reclamaciones territoriales en base a unas bases razonables acordes con el resultado electoral. Para lo cual la generosidad no debe entenderse como la necesidad de participar en el Gobierno, sino estar dispuestos a compartir un proyecto que facilite la aprobación de unas reformas tan necesarias como las que deben adoptarse en materia de política interior e internacional.

Llegado el momento final del pacto interminable no cabe tratar con desconfianza a quien está dispuesto a llevar a cabo el programa de Gobierno. Después de varios intentos tratando de aproximar posiciones entre opciones evidentemente próximas, cabría recoger la posición de cada cual, con la inclusión de los puntos programáticos que no ofrezcan diferencias insalvables. Y, en caso contrario, explicitando con claridad las discrepancias, para que los posibles votantes actuemos en consecuencia.