Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Picatostes

No me regales pantalones pitillo

Desde los últimos tormentos infringidos por el maligno Fu Manchú al hombre blanco y occidental, me parece que no recordaba tortura semejante como tratar de ponerte -o quitarte, si se prefiere- unos pantalones pitillo. Intentar sacártelos de encima supone armarte de paciencia oceánica mientras pruebas de desalojarlos de tus extremidades inferiores como si estas hubieran quedado atrapadas por algunos de esos monstruos de tentáculos pegajosos de película de serie B de ciencia ficción. Una vez realizada la prueba con cierto éxito, no sin haber acabado por el suelo todo el contenido de tus bolsillos, te invade una sensación de terrible frustración: ¿Por qué he de sufrir por culpa de unos pantalones? Hecha la reflexión, debo decir que me admiran esos airosos empleados de alguna empresa de telefonía móvil que de buena mañana los ves saludando el día, embotados, fundidos, embalsamados en un traje chaqueta de pantalones pitillo. Para uno, educado en la cultura del pantalón campana o pata de elefante, la entronización del pantalón pitillo como uniforme supone un duro golpe. Sobre todo si no se tienen ya veinte años. Y algunos kilos de más.

Creo que en inglés este tormento, y éxtasis por lo que se ve para otros, se conoce como skinny, por la estrechez de sus formas. Moda, tormento y éxtasis constituyen un ménage à trois desde tiempos inmemoriales que diría el cronista municipal. Desde que el hombre y la mujer decidieron anteponer su bienestar físico a su proyección exterior, las cosas están como están. No hace falta remontarse a aquellos corsés modelo estrangulamiento que gracias al ingenio de Coco Chanel y otros visionarios pasaron a segundo plano, dejando emancipada la silueta de la mujer. Santa Coco Chanel -sus inventos merecen un altar- sin ser una pionera del movimiento feminista -más bien detestaba que se le asociara con él- libró a la mujer de los últimos tormentos decimonónicos. Más tarde, como la moda es una cosa caprichosa, efímera, desventajas que mira por dónde ha convertido en virtudes, otros creadores, con el señor Christian Dior a la cabeza se propusieron regresar ni más ni menos al Segundo Imperio Napoleónico y convertir el talle de la mujer en lo más semejante a la forma de una avispa. Su caprichoso dictado provocó que más de una dama de alta sociedad estuviera al borde la muerte por culpa de un corte de respiración. Otra vez el tormento y el éxtasis envuelto en muselinas, organizas, sedas y terciopelos. Mientras Dior regresaba a los palacios imperiales y Balenciaga se recluía en su torre de marfil en busca de la silueta imposible, desde la calle y la acera juvenil se producía el primer terremoto. Los jóvenes ya no estaban dispuestos a vestirse como sus padres. Al tormento y el éxtasis le sucedía el placer y la rebeldía. El mayor suplicio para las chicas consistía en hacerse la choucroute que una tal Brigitte Bardot había impuesto como moda capilar.

Este verano he tenido la oportunidad de ver algunas mujeres calzando -otra vez- esos vertiginosos zapatos alpargata que las obligan a caminar como si estuvieran pasando por un campo de minas camboyano. O cumpliendo algún tipo de promesa religiosa. Vistos así, no sé qué resultan más peligrosos, si los zapatos con forma de montaña rusa o los patinetes eléctricos que están a punto de arrastrarte en versión DANA movilidad sostenible. En los primeros años setenta hicieron acto de aparición los zapatos con plataforma mientras los podólogos ponían el grito en el cielo. De poco valieron sus advertencias, y como ya hemos visto en otras ocasiones, la voluntad transgresora siempre resulta más poderosa que la llamada al orden. Así que los zapatos plataforma triunfaron en las pistas de baile de las discotecas y Elton John le dio su toque de fantasía final. De aquellos zapatos setenteros a las obras hidráulicas que lucen las drag queens en los carnavales de Canarias, desde luego que ha pasado un cierto tiempo y por lo que se ve, se ha acentuado la creatividad de los zapateros insulares. Habría que saber como están las estadísticas en los hospitales canarios en cuanto a esguinces, torceduras y otras lesiones entre el colectivo drag queen cuando llegan esas fechas festivas. De momento mi récord Guinness en cuanto altura no ha pasado de unas botas de montaña. De ahí en adelante, comienzo a sufrir problemas de vértigo.

Estos días de rentrée mi correo electrónico se ha llenado de anuncios de novedades editoriales. La verdad, es que no doy abasto ante tanta sugerencia, ya sea un recetario para convertirte en la fe vegana o el clásico manual para perder peso sin dieta que se anuncia ni más ni menos como «el método revolucionario que transformara tu cuerpo en 29 días». Ni uno más, ni uno menos. Hay también los manuales para beber con una cierta racionalidad. Por lo que se ve, está práctica, el mindful drinking -no confundir con un nuevo cóctel- consiste en empinarse el codo de una manera más sana y responsable. Menos mal que en la nota informativa no aparece el adjetivo sostenible, que está más ajado que el término constitucionalista en boca de Albert Rivera. Mucho más interesante, dado los problemas que últimamente tengo con mi almohada, un libro que se anuncia como Los siete hábitos para dormir bien o este otro, en este caso de título un poco misterioso, El éxito es un juego, que podría haber servido para un thriller cinematográfico. De momento, antes que acabe el mes, todavía estoy esperando un libro de contenido enriquecedor, por ejemplo, Los beneficios del rábano, que me ayude a mirar con fe, esperanza y paciencia la temporada que comienza.

Compartir el artículo

stats