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Butaca de patio

Ba-lon-ces-to

Los que ya somos veteranos aficionados al baloncesto todavía recordamos la magia de aquella final olímpica de 1984 en Los Ángeles cuando España plantó cara a una imbatible selección de Estados Unidos. Perdimos por goleada (96-65), pero la gesta ya se había conseguido al llegar a la mítica final y lograr una medalla de plata. De madrugada, las terrazas se llenaron aquel 10 de agosto de millones de espectadores de un país de bajitos que siguieron por televisión las jugadas de Fernando Martín, Iturriaga, Corbalán, Solózabal, Epi o Romay. Fue, sin duda alguna, el punto de partida del lanzamiento del baloncesto, un deporte que ya contaba con numerosos practicantes, pero que a partir de aquella fecha inundó los patios de los colegios, las plazas de los barrios y los polideportivos. Sin llegar a disputar nunca la hegemonía al todopoderoso fútbol, la afición al baloncesto no ha dejado de crecer desde entonces y las cerca de 350.000 licencias federativas del deporte de la canasta dan testimonio hoy de esta imparable expansión. Ahora bien, la consolidación definitiva del baloncesto vino de la mano de la llamada generación de los júniors de oro (Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, José Ramón Calderón€) que en el presente siglo han conseguido, nada más y nada menos, que 11 medallas en europeos, mundiales y olímpicos. La guinda más reciente ganar el pasado domingo el Campeonato del Mundo celebrado en China.

Al igual que en 1984 los jugadores de la selección han sido recibidos como héroes y multitud de niños ya recitan de memoria los nombres de un equipo que, contra viento y marea, supo afrontar las adversidades de bajas y de lesiones para alzarse con la copa mundial. Jugadores como Marc Gasol, Ricky Rubio, Rudy Fernández, Sergio Llull o Víctor Claver ya forman parte de la historia del deporte español.

Ahora bien, muchos aficionados se preguntan dónde radican las claves que explican estos triunfos tan continuados de nuestro baloncesto. La respuesta a esta cuestión remite, como no podía ser de otro modo, a los valores clásicos del deporte, esos principios que se han ido perdiendo en la vorágine de codicia, intereses privados y corruptelas por la que transita el fútbol. Trabajo en equipo, solidaridad, juego limpio, buena gestión federativa, apoyo mutuo y renuncia al vedetismo, todo ello dentro y fuera de la cancha, figuran entre las virtudes de la selección de baloncesto dirigida con mano maestra por Sergio Scariolo. Estos valores recorren toda la geografía del basket, desde las escuelas de primaria hasta las pistas de los mejores clubes.

Por ello, resulta muy simbólico que Ricky Rubio, que encarna a la perfección las virtudes de un deportista al servicio de un equipo, pudiendo ser una estrella, haya sido elegido el mejor jugador (MVP) del Mundial de China. Miles de personas se congregaron esta semana en el centro de Madrid para homenajear a esta modélica selección y en la plaza de Colón resonó aquel grito que el entonces seleccionador Pepu Hernández lanzó en 2006 tras ganar el Mundial de Japón. Ba-lon-ces-to. Larga vida, pues, al baloncesto y que sus éxitos y sus valores sirvan de guía para las nuevas generaciones.

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