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Elecciones, ¿mismos candidatos?

No hace falta ser el director de recursos humanos de cualquier empresa privada para saber que no debes contratar de nuevo a la persona que acabas de despedir por incapaz, al menos si buscas obtener un resultado distinto. Pero no estamos hablando del mercado libre, ni de la república independiente del talento, sino del reino misterioso de la política, que solo rinde cuentas ante su propia corte. Vamos a elecciones en noviembre, las cuartas en cuatro años. Lo que parecía impensable hace tres meses por suponer un fracaso demasiado estrepitoso ha ocurrido. Lo que los españoles votaron no ha servido a los líderes encargados de gestionar la voluntad popular con el propósito de conformar un gobierno de pacto, coalición o como le quieran llamar. El bipartidismo era mucho más fácil, para qué nos vamos a engañar. Nadie ha cedido lo necesario. Teniendo en cuenta que casi todos los encargados de esta labor se han tomado agosto libre, yo diría que tampoco nadie ha trabajado lo suficiente para alcanzar un entendimiento y arrancar una legislatura, aunque sea corta, tras demasiado tiempo de parálisis. Y eso sí que resulta imperdonable. Por definición, la política está al servicio de los ciudadanos. Sin embargo, lo que hemos visto estos días ha sido una negociación a beneficio de los partidos, o todavía peor, de quienes los manejan. El gran ganador fracasado Pedro Sánchez no ha buscado apoyos y no los ha encontrado, enrocado oscuramente hasta que una encuesta le ha dicho que tirar de nuevo en la ruleta de la urnas le dará premio. Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pablo Casado tampoco han mostrado alguna grandeza de miras. ¿Vamos a volver a ver sus mismas caras en los carteles electorales? No es descabellado pedir que los partidos elijan candidatos distintos, para que si a los electores se nos ocurre votar lo mismo no nos encontremos en un bloqueo como el que acabamos de pasar. Podrán convencer a sus afiliados de que lo que ha ocurrido era inevitable, pero necesitan al resto de censo si pretenden ganar.

Siempre hay una primera vez para pensar en la abstención. Se pueden ir ahorrando los discursos lacrimógenos sobre la fiesta de la democracia, y la felicidad de poder votar dos veces al año cuando no hace tanto no se podía votar ninguna. No solo la voluntad de los españoles se ha ido por el desagüe gracias a líderes poco hábiles y muy pagados de sí mismos, también hemos tirado el dinero. Las elecciones generales del 28 de abril costaron 139 millones de euros, 8 millones más que los anteriores comicios, del 26 de junio de 2016, que ganó Mariano Rajoy. La televisión pública se vuelve a gastar un pico en el decorado de los próximos debates, y otra vez discutiremos si es más democrático que sean a dos, a cuatro o a cinco. Qué pereza, ellos y sus asesores. Por mí como si emiten los de abril , cuando todos escurrían el bulto sobre posibles pactos postelectorales en caso de no darse mayorías claras.

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