En la Unión Europea los conservadores siguen siendo los más votados, los socialdemócratas son la segunda fuerza política y los liberales la tercera. Los otros partidos políticos europeos, que son muchos, son minoritarios e irrelevantes en el marco de la Unión y en el de los Estados miembros. Por eso no debe extrañar que miembros de los tres grandes partidos políticos europeos sean los que presidan las instituciones europeas: Es la ley de la democracia.

No obstante, hay que decir que los socialdemócratas alemanes, franceses e italianos están unos en decadencia y otros desparecidos del escenario político. De entre las grandes potencias europeas, en la actualidad, solo es significativa la socialdemocracia española, que no deja de ser un partido que solo representa a poco más de un tercio de los votantes españoles. Los tiempos felices en que Alemania, Francia, Italia o España eran gobernados por partidos socialdemócratas, con amplias mayorías parlamentarias, han pasado a la historia y esta circunstancia es necesario tenerla en cuenta para comprender el reparto del poder en la Unión Europea tras las pasadas elecciones de mayo de 2019.

Merkel y Macron se han impuesto. No es nuevo, Alemania y Francia son los estados fundadores de la Unión y son sus grandes potencias políticas y económicas. Los cargos más relevantes tras las elecciones de mayo de 2019, las presidencias de las Instituciones, se los han llevado dos alemanes, una francesa, un belga y un italiano. Tres conservadores, un liberal y un socialdemócrata. Merkel puede temblar en algunos actos protocolarios, pero no le tiembla el pulso cuando se trata del reparto del poder presidencial en Europa. Es cierto que los conservadores europeos no aceptaron el pacto inducido por dos novatos en estas lides, Macron y Sánchez. Merkel dejó hacer y en los momentos definitivos se alió con Macron y éste dejó solo a Sánchez.

Parece que los conservadores vieron demasiados riesgos en el acuerdo sobre el reparto del poder institucional de la Unión y exigieron garantías para seguir con la política marcada por Merkel desde el principio de la crisis económico-financiera: contener el déficit público y reducir la deuda pública. Y en esa línea han elegido a von der Leyen, alemana, conservadora, ministra de Defensa, para la presidencia de la Comisión, el órgano ejecutivo de la Unión Europea, el órgano con mayor poder de la Unión. Pero no olvidemos que la Comisión es una institución de las llamadas supranacional. Ni su presidenta ni los comisarios representan a los Estados miembros, representan los intereses de la Unión Europea.

El Banco Central Europeo ha cobrado una relevancia extraordinaria desde el inicio de la crisis económica. No cabe duda de que la política monetaria que ha desarrollado Draghi ha sido decisiva para que en la actualidad estemos como estamos. Y no deja de ser sorprendente que una francesa haya sido elegida para el cargo, pues ya lo fue un francés Trichet, antes que Draghi. Al parecer para Macron ha sido más importante que la elegida fuera francesa que miembro del partido liberal. El nacionalismo que Macron dice combatir tiene excepciones interesadas. No le falta experiencia a Lagarde, aunque su carrera esté empañada por irregularidades en el desempeño de la cartera de Economía con Sarkozy. Pero no debe olvidarse, de nuevo, que el BCE es una institución supranacional: los que lo dirigen no representan a los Estados de los que son nacionales. Se trata de la Institución supranacional más independiente de todas ellas, que solo tiene entre sus fines los intereses de la Unión.

La elección del belga Michel para presidir el Consejo Europeo (integrado por los jefes de Estado y de Gobierno) sigue la tradición de nombrar a un presidente de Gobierno, cuyas funciones se limitan a confeccionar las órdenes del día, presidir sus reuniones y poco más. El Consejo Europeo es la Institución que marca el rumbo de la Unión y que a diferencia de la Comisión, del Parlamento y del BCE es una institución intergubernamental, en la que los jefes de Estado y de gobierno confrontan intereses nacionales, visiones sobre el futuro de Europa.

La presidencia del Parlamento Europeo se la reparten un socialdemócrata italiano, Sassoli, y un alemán conservador Weber, cada uno dos años y medio. El Parlamento Europeo ha cobrado cada vez más relevancia, pero el presidente no tiene otras competencias que las que diríamos domesticas; menos que los presidentes de los parlamentos democráticos de los Estados de la Unión, salvo que se trate de una personalidad arrolladora.

El Consejo de la Unión, la Institución que reúne a los ministros de los Estados miembros en Comisiones (Agricultura, etc.) tiene una presidencia rotativa en vez de permanente, a diferencia de las demás instituciones, por lo que la presidencia semestral rotativa entre los Estados miembros es irrelevante.

Los socialdemócratas solo han conseguido la presidencia del Parlamento Europeo durante la segunda mitad de la legislatura. Y, por lo demás, han tenido que conformarse con un cargo importante, pero de segundo nivel, en comparación con los anteriores, que ha recaído en Borrell que consume un puesto de comisario en la Comisión Europea. España no ha vuelto a la Unión, como dijo solemnemente Sánchez, porque se haya conseguido el nombramiento de un español para un cargo de segundo nivel; aunque no esté mal que la diplomacia europea, aunque sea muy limitada, la presida un español. Al menos los independentistas tendrán difícil utilizar las embajadas de la Unión en el mundo o al menos eso esperamos.

Pero las apariencias engañan. Como antes hemos señalado las presidencias de las instituciones no están al servicio de los Estados de los que son nacionales sus presidentes, sino que están directamente al servicio de la Unión (en particular la Comisión y el Banco Central Europeo), o de los ciudadanos europeos (el Parlamento Europeo). Los únicos escenarios de confrontación de intereses nacionales son el Consejo de la Unión y el Consejo Europeo en que todos los representantes de los Estados se encuentran formalmente en igualdad de condiciones para impulsar la construcción europea. En los dos Consejos señalados es donde los Estados, a través de ministros y presidentes de gobierno o jefes de estado, ponen a prueba su solvencia y su influencia. Son los auténticos campos de batalla de la construcción europea. Por eso decimos que no es lo que parece. La versión trasnochada de la trascendencia de los nombramientos en las instituciones europeas perjudica gravemente la deseable cultura de la construcción europea que debe hacerse al margen de cualquier versión nacionalista.