El lunes es el Día Internacional contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres y Niñas: la esclavitud sigue existiendo en la esquina de nuestra casa, también en otros lugares lejanos. Y, ¿qué hacemos? Si preguntas en el aula por el sistema esclavista la mente de nuestro alumnado piensa en contextos históricos remotos: ¿Esclavitud, hoy? ¡Bah!, piensan en su mente domesticada por el capitalismo liberal. Podría excusarse: juventud, ¿divino tesoro? Uno tendría confianza en el profesorado, si no fuera porque pisa cada día el instituto y desmitifica este supuesto espacio de saber crítico y transformador. La coeducación entra en las aulas con pasmosa timidez, si bien la causa feminista -inexorablemente abolicionista- sigue ausente en la programación de aula de este sistema educativo tan satisfecho de conocerse a sí mismo.

Se puede ser imaginativo e iluso, pero nunca ciego ante el paradigma mental de nuestros chicos de la ESO y Bachillerato (¡y universitarios!). [Si digo chicos, excluyo chicas, por cierto] Estos chavales que hoy aprueban Filosofía o Matemáticas comprarán cuerpos de mujeres (si es que no lo hacen ya), siguiendo la lógica de La fábula de las abejas de B. Mandeville: virtudes públicas, vicios privados. El caso es que ciertos vicios ultrajan los Derechos Humanos, la dignidad de las mujeres y valores éticos irrenunciables como la igualdad, la libertad, el respeto… Los jóvenes que escuchan nuestra soporífera lección comprarán cuerpos de mujeres, un producto de consumo más a su «libre» disposición. La pornografía y el neoliberalismo así se lo dicta sin que ningún profesor centrifugue tanta suciedad moral inserta en el sistema. Por eso cuando quien esto firma advierte a sus chicos que, si pagan por sexo, violan, su respuesta es unísona: ¡pero si hay un acuerdo monetario! La maquinaria capitalista moldea (y contamina) sus mente desde bien jóvenes: el mito de la prostitución libre, consentida, contractual, sin sufrimiento; ausencia de relato en las mujeres, sin rostro ni sentimientos, reducidas a trozos de cuerpos.

La educación tiene pendiente este irrenunciable deber moral: el activismo abolicionista. Aportar el verdadero relato que hay en las entrañas de la esclavitud sexual, someterlo a crítica y desmontar mitos, desde las evidencias científicas -datos, historias, supervivientes de los campos de concentración de mujeres- y evidenciar que pagar por cuerpos te convierte en un depredador sexual, sin derecho a ciudadanía ni sociabilidad. Un hombre que paga por sexo debería ser expulsado de la comunidad. El foco hay que ponerlo sobre ellos: estigmatizarlos, denunciarlos, visibilizar su miseria existencial. Esto debe trabajarse a diario desde las aulas y bien pronto. Para tal fin, la educación afectivo-sexual deviene en propedéutica inobjetable. Desde la infancia, sin moralina ni puritanismo. El activismo feminista en las aulas, en los centros educativos, la coeducación y el abolicionismo encarnado en nuestra práctica pedagógica sumarán -y mucho- en esta violencia de género consentida y minimizada por la sociedad. Lo contrario, sin duda, nos hace cómplices de la explotación sexual. Nadie que omita esta reivindicación abolicionista merece el nombre de docente. ¡Ni docente ni decente! Tampoco merece el puesto que ocupa, claro.