Allí arriba', donde se establece el discurso global, hoy en día se habla de ciudades. Pero esto es algo más o menos reciente. Hasta 2015, las ciudades pasaron desapercibidas para los representantes de Alto Nivel, ignorándose el impacto que tenían en las sociedades contemporáneas.

En el año 2000, los criticados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), con su mirada omnipotente y norteña, sólo hacían referencia a la erradicación de slums (asentamientos informales) y al acceso a agua y saneamiento de los países en vías de desarrollo, como si nada tuviera que cambiar en la parte norte del globo. Los mismos objetivos describían la sostenibilidad sólo en su parte física y, pese que las cifras ya apuntaban a un índice de Gini (medida de la desigualdad) cada vez más alto, nadie mencionó el tema de las diferencias socio-económicas como uno de los problemas más graves a nivel mundial, y no sólo en el sur, para el desarrollo de las sociedades futuras.

Sin embargo los aires han cambiado y ahora se habla de ciudades. Veamos. Los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenibles (2015) ya hablan de ciudades, reconociendo las tres dimensiones de la sostenibilidad (ambiental, económica y social) como piezas fundamentales para la mejora de nuestra calidad de vida. La Nueva Agenda Urbana (NUA) subraya su papel fundamental en la consecución de sociedades inclusivas y equitativas y en la necesidad de establecer procesos democráticos (¿participativos?) en la gestión de sus recursos. En su edición de 2016, es el primer documento global que reconoce como motor de sostenibilidad 'El derecho a la ciudad', lo que implica bajar a la escala local y multiplicar ese derecho en cada ciudad del mundo. Habla también de los gobiernos locales que definen las normas de sus territorios y sus ciudadanos, y por tanto de cada una de las personas que exigen que se respete su derecho a un espacio saludable donde desarrollar su vida.

Por su parte, después de más de 30 años de debate global sobre urbanización y sostenibilidad, tras Habitat III (Quito, 2016), la responsabilidad recae sobre los hombros de las ciudades. Olvidadas por el discurso global, ahora se convierten en el punto de mira y centro del debate mundial, y ponen a prueba a cada uno de sus actores: no existe gobierno local, universidad, empresa o asociación que escape a la responsabilidad de crear un mundo mejor. Ni más ni menos, de eso se habla hoy en día 'allí arriba'.

Siendo así, admitiendo que la sostenibilidad es un tema que va más allá del entorno construido, hablar de 'Ciudades y comunidades sostenibles' (Objetivo 11 de los ODS) no es sólo hablar de cada uno de los núcleos de población que se extienden a lo largo del territorio valenciano, sino también de la relación que nuestros gobiernos establecen con la ciudadanía; de resiliencia y cambio climático; de patrones de consumo y de producción; es hablar de vulnerabilidades y de relaciones de poder, dando protagonismo a las minorías.

Esto implica, por tanto, hablar de la configuración social del poder que ha dominado históricamente la forma de hacer ciudad; implica hablar de los movimientos sociales como construcciones colectivas que reclaman otra distribución de los recursos públicos; como lo hacen las organizaciones que reclaman 'la ciudad con perspectiva de género', 'la ciudad de los niños', 'de los mayores' o de todas aquellas personas que con intereses diferentes a los que la mayoría ha establecido como normales. Hablar de todo esto es hablar de ciudades sostenibles.

En València, por tanto, hacemos ciudades sostenibles cuando levantamos la voz y decimos no a un plan parcial que nos dejará sin huerta; cuando decimos no a que un río se convierta en carretera y pedimos, en su lugar, un parque; cuando conformamos plataformas de barrio que defienden los derechos de los vecinos que se ven desplazados de sus lugares de residencia habituales. Hacer ciudades sostenibles es también parar la destrucción de barrios que son patrimonios culturales, exigir precios de alquiler accesibles, recuperar espacio público para la gente, salvaguardar el litoral, asegurar la accesibilidad universal y proteger los ecosistemas naturales, fomentar la innovación en las administraciones públicas.

Todo eso es una ciudad sostenible y a diferencia de hace unos años, los goles ya no se marcan fuera, en el sur global, sino que están en cada una de nuestras ciudades, en cada una de nuestras realidades.