La confianza, ¡jo!. La confianza da asco. Tomarse demasiadas confianzas está mal visto y, cuando alguien te habla en confianza, cruzas los dedos. La confianza y la desconfianza, cogerle a alguien confianza o perdérsela, tenerle a alguien fe o temerle la mala fe. En fin, la confianza da mucho juego o de sí, e incluso te da mayor seguridad en negativo que en positivo: miren a Alberto Rivera, en quien puedes desconfiar con absoluta confianza con la seguridad de que no quedar defraudado.

Ahora ya sabemos que no tenemos gobierno de izquierdas (sea lo que sea eso, e incluso cualquiera mejor que ninguno) porque se perdió la confianza entre los conyuges: Sánchez perdió la confianza en Iglesias. ¡Vayapordios y menuda tontería! Va a resultar que los de Unidas son taimados y los socialistas simplemente astutos, que Pedro es franco y Pablo retorcido. Lo curioso es que se perdieron la confianza sin haberse dado todavía un motivo, lo hicieron en perspectiva de futuro y a priori (es decir: de antemano y, en sentido kantiano, de un modo necesario). Y esa excusa le ha servido al cariacontecido presidente en funciones de mantenimiento para pedirle a la ciudadanía un renovado voto de desconfianza, teniendo como tenemos los ciudadanos perfecto derecho y sobrados motivos para desconfiar en quienes confiamos y nos defraudaron. ¿Por qué deberíamos confiar ahora en quien defraudó la confianza depositada en sus manos en el mes de abril? ¿Por qué ahora sí, si casi siempre no?

Unidas (me gusta más Unidas que Podemos) rechazó por desconfianza una propuesta (real o fingida es otra cuestión) de coalición: se equivocaron. Querían participar y controlar. Pudieron hacer las dos cosas, aunque el control le corresponda al legislativo y el gobierno actúe colegiadamente. En el peor de los casos, siempre les quedaría la honrosa dimisión. Los socialistas en general y en tradicional desconfían, en primer lugar, de Iglesias e inmediatamente a continuación de Unidas al completo. Incluso siendo evidente la desconfianza, se equivocan: la dirección del gobierno la lleva el presidente y, en el peor de los casos, en sus manos queda el cese deshonroso de los díscolos.

En fin, lo de la desconfianza es una causa falsa, además de un presupuesto irrenunciable. Desde un punto de vista éticamente político o políticamente ético, estoy con lo que decía Walter Benjamin (y no me hagan mucho caso con la cita y el autor, que con los años pasé de tener la cabeza como los cascabeles de Marisol a tenerla como un cencerro) cuando afirmaba que era un hombre en quien no se debía confiar: amigo mío, no confíes en mí, si la cagas te denunciaré.