Leímos con sorpresa, el pasado 10 de julio en estas mismas páginas de Levante-EMV, el siguiente titular «Las familias valoran con un notable la FP pero no la recomiendan a sus hijos». En dicho artículo se explicaba que las estadísticas ofrecen una buena imagen colectiva de estos estudios. Y que son una apuesta por parte de los representantes políticos y una necesidad expresada por sindicatos, empresas y sociedad civil. Sin embargo, a la hora de elegir esta vía de acceso a un futuro laboral, una mayoría de familias no la desean para sus descendientes.

¿Cuál es el problema para que algo que goza de tantas bendiciones no quiera ser utilizado como vía de promoción e inserción de nuestros jóvenes por parte de sus familias? Esta cuestión daría para más de un artículo de opinión, posiblemente para un número monográfico de alguna revista especializada. En esta ocasión, vamos a intentar ver alguna de las causas.

En primer lugar, encontramos el mal concepto que la sociedad tiene de la FP. Se trata más bien de un prejuicio social que, realmente, es el primer «enemigo» a batir: lo que no es formación en la Universidad no tiene rango ni valor. Esta es una mentalidad, no solo de las familias y la ciudadanía en general, sino que anida de modo perverso incluso en la mentalidad de bastantes docentes de Secundaria que, en muchos casos, casi «riñen» a un alumno que, con un buen expediente, decide hacer un Ciclo de Formación Profesional, como si fuera a malversar sus aptitudes.

En segundo lugar, abordamos el hecho que el sistema educativo y el productivo en España han estado y siguen dándose la espalda. La mentalidad más extendida entre el empresariado es la de que la presencia de estudiantes en prácticas es un verdadero incordio y les estorba en la empresa. Este asunto y esta mentalidad explican por qué nuestro modelo está a años luz del alemán, por ejemplo, y que, por mucho que se intente, si no cambia este prejuicio, ni la FP Dual ni ningún otro planteamiento y concepción por parte del empresariado conseguirá cambios ni mejoras. En el caso alemán, además, la FP se adapta al sistema productivo y a la estructura empresarial, y es algo parecido a lo que sucede en el País Vasco donde la FP Dual está funcionando. Aprendamos, pues, de quien hace las cosas bien antes de copiar de manera indiscriminada.

En tercer lugar, detectamos que el funcionamiento esclerotizado de una FP reglada, demasiado rígida y bajo una normativa muy funcionarial, produce resultados indeseados como que muchos centros continúan impartiendo especialidades que el mercado hace tiempo que ya no necesita y, sin embargo, viven ajenos a otras que son las que el mercado demanda desde hace tiempo. Y junto a esa inadecuación del sistema educativo frente a las necesidades de la industria, las empresas y la economía en general, nos encontramos con medios, maquinaria y recursos, completamente vetustos en los talleres de los centros. Todos hemos visto talleres de automoción con vehículos o motores que ya ni se montan.

En cuarto lugar, debemos atender a la formación humana de contenidos transversales que, en la actualidad, hasta los mismos empresarios recomiendan. Es decir, se necesitan personas con alto nivel de competencias diversas que son precisas para el desempeño de cualquier puesto de trabajo: actitud proactiva, responsabilidad, trabajo en equipo, gestión adecuada del conflicto, relaciones interpersonales positivas, formación en valores, capacidades de adaptación y apertura a cambios, puntualidad, gusto por el trabajo acabado y bien hecho. Unas competencias sin las que de poco sirve la cualificación profesional. En la Fundación Novaterra, en nuestro programa «Viaje a la dignidad», a través de la búsqueda activa de empleo procuramos, desde el primer momento en que alguien se incorpora al proyecto, trabajar el desarrollo humano de carácter general junto a las destrezas más específicas de los distintos trabajos.

En quinto lugar, hemos de revertir la concepción de la FP como una vía muerta para el desarrollo de las capacidades y competencias plenas de los trabajadores. En España, a través de la FP, solo se pueden conseguir certificaciones profesionales, según el sistema europeo de cualificación profesional, hasta el nivel tres, mientras que los niveles superiores se supone que están asumidos por la Universidad. Ello significa que una persona que tenga conocimientos y destrezas suficientes para ejercer una profesión o competencia profesional con autonomía plena, incluso aunque haya realizado algunos de los nuevos cursos de especialización, los llamados eufemísticamente Máster de FP, no podrá hacerlo si no obtiene un título universitario, lo que supone un esfuerzo sobrehumano para quien no tiene más remedio que trabajar. Hemos de concluir que no se ha hecho un adecuado abordaje gubernamental del sistema educativo, del cual forma parte la FP y que, por tanto, participa de las mismas carencias de todo el sistema.

En definitiva, es necesario un cambio profundo en la mentalidad social y, especialmente, en quienes hacen las leyes. Se debe asumir que la vía del trabajo y la de aprender haciendo y padeciendo la realidad de una estructura económica y laboral deshumanizada, es digna de reconocimiento y que, por tanto, merece cauces de desarrollo y homologación iguales al menos que el de las capacidades académicas. Sin ese cambio de mentalidad, ni la FP, ni nuestro sistema educativo en general, tendrán la posibilidad de convertirse en un camino de mejora continua del sistema productivo ni del conjunto de la sociedad.