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Si usted pensaba que la turismofobia era peligrosa, aguarde a contemplar los efectos devastadores de la turismofilia, entendida como la elevación del turismo a la dignidad de religión acrítica. Con Thomas Cook KO, el público descubre que los santos gurús turísticos en las hornacinas estaban moldeados con escayola.

Mientras se desmoronaba ayer el castillo de naipes de las empresas adyacentes a la agencia de viajes más antigua del planeta, roídas por la carcoma de la matriz, las víctimas se preguntaban si el tsunami se detiene en este parte provisional de bajas. Aunque es fácil exagerar los efectos de la evaporación de Thomas Cook, por ausencia de precedentes de envergadura similar, tampoco conviene otorgar un crédito excesivo a quienes fingían no enterarse de que el mayorista estaba en quiebra. No supieron detectar el peso insostenible de una deuda de dos mil millones de euros, y ahora simulan que con esta salida de escena se resuelve el problema.

A riesgo de ahondar en la zozobra de las geografías afectadas, Thomas Cook solo es el principio de un realineamiento del turismo, según puede advertir cualquier lector que haya contratado alguna vez unas vacaciones por su cuenta. Si se necesita acopiar datos fehacientes, el Grupo Tui cerró la semana pasada 18 oficinas en los aeropuertos alemanes. Se trata del número uno, y del único que ha acometido un plan para evitar una erosión irremediable. Los turoperadores están en pérdidas porque son dinosaurios que no se han adaptado a la nueva era. Y conviene recordar que numerosos mal llamados hoteleros se limitan a poner su edificio en manos del mayorista, aunque a continuación se comporten como si hubieran inventado el sol y la playa.

El primer balance es desalentador. La industria turística ha permitido con su silencio cómplice que se comercializaran vacaciones en mal estado, una maniobra equivalente a vender carne en mal estado. Sabían que el ciclo estaba contaminado, que Thomas Cook tenía los días contados. No pueden lamentarse hoy del incalculable daño en imagen para el sector. ¿Una pintada de "Tourists go home" es más dañina que recibir el aviso a mitad de vacaciones de que el hotelero va a mirarte como un parásito, de que no tienes un medio de transporte garantizado para regresar y de que tu sueño de felicidad ha degenerado en una pesadilla organizada?

Es triste que el consuelo siga llegando desde el extranjero. Todas las portadas en papel de la prensa inglesa, desde The Sun al Financial Times, coincidían en destacar los millones de libras que los ejecutivos de Thomas Cook habían cobrado mientras hundían concienzudamente a su empresa. Sobre los fats cats engordados con el dinero de los viajeros frustrados se ciernen negras perspectivas. Por supuesto, este enfoque no se consideraba noticioso en el país que rescató sin rubor a Rodrigo Rato.

Hasta el primer ministro británico ha atribuido presuntos delitos a la plana mayor de Thomas Cook, una invitación a la guillotina que contrasta con los planes de hoteleros avalados por el Gobierno. Perseguían rescatar al agonizante con las indispensables inyecciones de fondos públicos, y mullidos paracaídas para los gestores. Al fin, el ejecutivo tomó ayer la audaz resolución de reunirse. Albricias.

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