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Maite Fernández

Mirando, para no preguntar

Maite Fernández

Todo está grabado

Una imagen borrosa fue la prueba incriminatoria para condenar a Pablo Ibar. Ni una muestra de ADN. Una cámara de seguridad recogió la escena y en ella se ve al asesino con la camiseta en la cara. En algunos momentos se la quita y aparece un rostro con un cierto parecido a Ibar. El reconocimiento facial determinó la sentencia: culpable.

Las cámaras están definiendo el avance tecnológico de nuestra era. Son fundamentales en los móviles, las tabletas, los drones… Sin fotografías o videos no existirían Instagram, TikTok, Snapchat o Facebook. En enero de este año, se viralizó el «10 Year Challenge», un juego de Facebook que nos desafiaba a publicar una fotografía de hace 10 años junto con una más reciente. Luego llego FaceApp, esa aplicación móvil con la que hemos podido ver a Messi o Penélope Cruz envejecidos. Lo que parecía algo inocente y participativo disimulaba una estrategia bien diseñada para hacerse con nuestra imagen, para entrenar a los algoritmos a conocer los cambios que produce en las personas el paso del tiempo.

La tecnología del reconocimiento facial se está implantando cada vez más. Ordenadores o smartphones se activan cuando ven a su propietario. Algunos hoteles la emplean para hacer el check in. Incluso algunos cruceros y hasta aeropuertos agilizan el acceso de sus clientes gracias a esta tecnología. Tiene muchas ventajas: el reconocimiento facial facilita el trabajo de localización de personas desaparecidas y ayuda a las FFSS a identificar a los sospechosos. El comercio la emplea para interpretar los gustos de los clientes y conseguir así productos más apetecibles. Pero esta misma tecnología nos crea una sensación de vigilancia permanente. En China, las cámaras inteligentes son la base de un totalitarismo de vigilancia que lo abarca todo. La polémica sobre la intromisión en la intimidad que provocan estas cámaras de vigilancia, ha provocado que la alcaldía de San Francisco haya optado por prohibir a la policía el empleo del reconocimiento facial para identificar a presuntos criminales. Hasta 6 estados norteamericanos han decidido prohibir su empleo.

Las cámaras de cualquier dispositivo son cada vez más baratas, cada vez más inteligentes, cada vez más imprescindibles. Hemos aceptado con normalidad el empleo de esta tecnología en nuestro día a día. Ha llegado de una manera tan sutil, tan entretenida, que ni siquiera nos hemos planteado que nos rodean muchos ojos que nos observan. Y que entregamos a esos mismos observadores nuestra imagen sin medir siquiera los riesgos.

La tecnología nos ayuda a facilitar muchas tareas, pero no debe cegarnos. Y no creo que debamos tener miedo a regular las tecnologías antes de aplicarlas. Por lo menos plantearnos algunas cuestiones: ¿Qué tipo de reglas deberían imponerse al uso de las autoridades del reconocimiento facial? ¿Qué hay sobre el uso de cámaras inteligentes por parte de nuestros amigos y vecinos, en sus autos y puertas? En resumen: ¿quién tiene el derecho de vigilar a los demás y en qué circunstancias puedes rechazarlo? Una imagen vaga de alguien no puede ser la única base para los procedimientos legales, y mucho menos para los juicios policiales. Como de costumbre, la ley está muy por detrás de la tecnología, y es hora de que se ponga al día.

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