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Butaca de patio

Unamuno de cine

Pocas figuras intelectuales del último siglo han sido más polémicas, inclasificables y brillantes que Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936). Socialista en su juventud y diputado republicano en su madurez, desterrado antes por la dictadura del general Primo de Rivera, liberal a la antigua usanza, apoyó después la sublevación de un grupo de militares contra la República y justificó el golpe en la necesidad de restaurar el orden en España. Unamuno pasó de proclamar la República desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca («comienza una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido») a respaldar al general Franco e incluso a hacer un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyaran a los militares rebeldes. No obstante, las detenciones y los fusilamientos de amigos muy cercanos en la brutal represión franquista de las primeras semanas de la guerra abrieron los ojos del escritor y filósofo, catedrático de Griego y rector. Por ello, un ya anciano Unamuno, a la altura de sus 72 años, se atreve a desafiar al general legionario Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca con su famosa frase que ya ha quedado para la Historia de «venceréis, pero no convenceréis». Una película de Alejandro Aménabar, Mientras dure la guerra, que hoy se estrena, aborda este singular y controvertido personaje que más allá de sus posiciones políticas fue un notable novelista, ensayista, poeta y autor teatral con obras como Niebla, La tía Tula o El sentimiento trágico de la vida.

Tal vez las profundas contradicciones de Miguel de Unamuno y su trayectoria alejada de las etiquetas fáciles explicarían que sea un autor poco conocido y leído, a pesar de ocupar un lugar destacado en todos los libros de texto del Bachillerato. Un drama de este país suele ser que sus ciudadanos ni estudian de verdad ni leen a sus autores más importantes. Pero ahora lo verdaderamente reseñable se refiere a que un director todavía joven como Amenábar, no contaminado por la generación de la Transición y sus servidumbres, se atreva a llevar a la pantalla a un intelectual tan incómodo como personaje principal encarnado por el actor Karra Elejalde. De hecho, salvo la muy digna La isla del viento (2016), de Manuel Menchón, sobre el destierro del escritor en Fuerteventura en los años veinte, ningún cineasta se había ocupado de Unamuno. Aménabar pretende, en definitiva, generar un debate sobre la historia reciente de este país que siempre servirá como guía para encarar el presente. Porque el buen cine histórico tiene como misión mostrar virtudes y errores de las generaciones precedentes para mejorar entre todos nuestra convivencia.

De ahí el interés de muchos cineastas españoles y extranjeros por la Guerra Civil, sin duda el episodio más intenso y decisivo de nuestro último siglo y un inagotable filón narrativo como también demuestran los realizadores vascos Jon Garaño, Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi que acaban de estrenar La trinchera infinita, una estremecedora película sobre los topos, aquellos perseguidos republicanos que se ocultaron en sus casas durante buena parte de la dictadura franquista. Un asombroso capítulo histórico que la mayoría de españoles desconoce y que en manos de productores de Hollywood ya habría alumbrado multitud de filmes.

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