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A vuelapluma

Alfons Garcia

La esperanza

Tengo tanto miedo a que pase algo como a que todo siga igual». Es de El Roto. De hace un par de días. Las buenas viñetas son un golpe revelador, como si el mensaje pasara el limpiaparabrisas a la realidad y te permitiera verla con claridad durante unos segundos, lo que tarda en volver a cubrirse de gotas, lo que tarda la vida en llevarte a otros frentes, lo que tardas en pasar la página.

Querer que las cosas cambien es el espíritu del progreso. El rasgo extraño de esta época es la sombra que nos acompaña de que los tiempos no van a ir a mejor. Nos hemos instalado en la cornisa mental de que por primera vez los hijos van a vivir peor que los padres, de que sus niveles de prosperidad y bienestar social van a ser inferiores. Es lo que los gurús de la economía nos llevan tiempo alertando. Ese estigma nos convierte en la generación del pesimismo. Y el pesimismo conduce a la inacción. Quizá ese es el objetivo: paralizar, adormecer, que se bajen los brazos. Como si nada se pudiera hacer.

La frase repetida gatopardiana de que hace falta que todo cambie para que todo siga igual, expresión máxima del pesimismo y el escepticismo de la aristocracia intelectual, contiene una gran mentira. Todo no cambia, porque los sentimientos humanos son los que nos identifican y perpetúan a la especie, esos son los mismos, pero todo no sigue igual.

Por eso miro con fascinación la movilización global de miles de jóvenes por el futuro del planeta. Todos esos, muchos o pocos, casi niños, que ayer salieron a las calles de las ciudades por todo el mundo, representan la esperanza frente al escepticismo. Son la demostración de que el ser humano existe, sigue ahí, cuando se habían empeñado en hacernos creer que el mundo se había deshumanizado. Es cierto que son una minoría, que algunos estarán por entretenimiento, que hace falta pasar por los alrededores de un instituto a la hora de salida de clase para ver que a muchos no les interesa nada más allá del apetito de los instintos, pero no nos engañemos, siempre ha sido así, no todos corrían delante de los grises ni todos levantaban adoquines en París en busca de arena de playa. Todos esos jóvenes, los de antes y los de ahora, contienen la lección del futuro. En cada uno de ellos está nuestro mejor yo.

La cuestión es si la protección del medio ambiente implica detener el progreso o si las dos ambiciones son compatibles. Me parece el dilema que va a marcar los años que vienen. En València lo tenemos delante estos días con las polémicas en torno a la ampliación del puerto y la V-21. Lo peor es que los debates se contaminen por lo políticamente correcto, que solo una parte acapare la voz en los medios de comunicación y las redes sociales y que la prioridad de los responsables (algunos, al menos) sea salir con las menos heridas posibles atemorizados por la cercanía de las urnas y la pérdida del poder. El desafío es demasiado importante como para jugar a pasarse la responsabilidad entre instituciones. El cansancio de los jóvenes es también contra estas actitudes. Pero esta mañana la esperanza brilla y no temo que pase algo, porque todo puede ir mejor.

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