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Picatostes

Por los pelos

Estas próximas elecciones si la maquina de afeitar no lo impide tendremos al líder del Partido Popular Pablo Casado con estilizada barba de cónsul romano en carteles, fotografías y mítines. No he tenido el gusto de informarme a que se ha debido este parcial- total-look, si responde a cuestiones dermatológicas, estéticas, ideológicas o simplemente coyunturales. A ese estado de dejadez e indolencia que acompaña el tiempo de verano en el que dejarse crecer la barba es una forma más de practicar el aconsejable arte del Dolce Far Niente. Tampoco si alguno de sus spin doctor de turno le han aconsejado dejarse esta barba peplum style, como aquellos héroes en calzoncillos de las peliculas de romanos, para diferenciarse de su compañero imberbe de la derecha, el siempre imprevisible Albert Rivera. O para competir con la barba ultra del señor Santiago Abascal y rascarle votos hasta por los pelos. Esto de la materia pilosa y la cosa política guarda una estrechísima relación desde que se inventaron las urnas para depositar el voto. No hace falta remontarse a las barbas bíblicas de los políticos decimonónicos. Ni a las barbas venerables de don Carlos Marx, don Federico Engels y don Pablo Iglesias, padre fundador del Partido Socialista Obrero Español. En los años de la optimista progresía y el tardofranquismo la barba masculina era una de las formas de comunicar la fe antifranquista junto con la lectura de la revista Triunfo, el carnet de Comisiones Obreras y el long-play Viatge a Ítaca de Lluís Llach.

Un ramalazo de esa superficie facial tupida se refugiaba en la bohemia heterodoxa de toda la vida, aquí, además de antifranquista, anárquica, ecologista, antinuclear, drogadicta y etc, y todavía con el uniforme hippie aunque algo descolorido. La imagen de un Narcís Serra barbudo como primer alcalde democrático de Barcelona sin duda fue la mejor ilustración institucional de la barba posfranquista.

Hay barbas y barbas. Como hay izquierdas a punto de convertirse en raciones de sushi a la vista como se practica el canibalismo entre las filas progresistas. Al final esto de Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, por señalar al que va ser uno de los dúos dinámicos del próximo periodo electoral, se va a convertir como aquello de «Y tu qué prefieres ¿a los Beatles o a los Rolling Stones?». O sea ganas de aburrir al personal. Volviendo a la cosa pilosa, entre las barbas canónicas y -a la izquierda de Dios padre- hay que señalar, por aquello de al César lo que es el del César, la del que fuera alcalde de Venecia, Massimo Cacciari, que institucionalizó la barba filosófico-progresista. Dentro de ese gran escaparate que es el made in Italy donde se agitan los trajes chaqueta de Giorgio Armani, la pizza, la Fiat, los tortellini, Fellini y la Dolce Vita, las barbas de políticos como Massimo Cacciari y otros le dieron a la izquierda europea un new look que más tarde desde otros observatorios ideológicos no tendrían ningún reparo en imitar y dejar crecer. No era la primera vez que desde Italia el arte de no afeitarse se expandía urbi et orbi. Gracias a sus spaghetti-western, los antaños héroes del oeste de rostros inmaculados, asomaban ahora a la pantalla hechos unos zorros. Despues de los westerns europeos de Sergio Leone el viejo oeste, aquel paisaje mitificado por la cámara de John Ford, se puede decir que quedó patas arriba. Y con barba de una semana.

No sé si las próximas elecciones serán un «por los pelos» para izquierda o un «por los pelos» por el lado de la derecha. Dicen que la barba de Pablo Casado estos días ondea más reluciente que nunca mientras la cara after shave de Albert Rivera sufre un ataque de parálisis temporal. Ni los incorregibles políticos independentistas catalanes le sirven de munición al líder de Ciudadanos, como no sea que se descubra que el President Quim Torra preparaba un atentando con monas de Pascua como artillería contra el templo de la Sagrada Familia de Gaudí. Aquí de momento, con el impasse que supone la festividad del 9 d’Octubre, tendremos un pequeño receso pre-electoral. Y como de costumbre una ración generosa de traca y fuegos artificiales. No sé a qué personalidades se reconocerán este año con las medallas y distinciones de la Generalitat, pero no estaría mal que se acordaran -si es que todavía llegamos a tiempo- de figuras como la periodista Mara Calabuig, una mujer que ha elevado el campo del periodismo de moda en España cuando este era una sección casi marginal en el mundo informativo, además de trabajar en otros frentes de la comunicación y el periodismo. Pienso también en una intérprete como Salomé o María Rosa Marco Poquet para el carnet de identidad, artistas que a menudo desde una izquierda miope y porqué no, analfabeta, se ignora, desconoce o menosprecia. No hace falta recordar su hoja de méritos. Desde aquel triunfo con la canción Se’n va anar en el Festival del Mediterráneo formando pareja con Raimon en 1963 o en el Festival de Eurovisión, del cual ahora se han cumplido cincuenta años. Reina, señora y primera dama por excelencia de la canción melódica con acento melodramático, a Salomé le debemos entre otros méritos gozosos la popularidad de un autor como Armando Manzanero, cuyos boleros fue la primera en popularizar en este país, cuando el autor de Este tarde vi llover era un perfecto desconocido.

Estos días la China celebra sus 70 años como República Popular. Además de exhibir músculo militar -a ver si se enteran los díscolos y malcriados habitantes de Hong Kong- los jerarcas chinos muestran como ya es costumbre un impecable primer plano facial sin rastro alguno de elemento piloso. No sé si es por una cuestión cultural o higiénica o por seguir una costumbre, el afeitado diario, que ya cultivó el mismísimo y venerado Mao Zedong. Está visto que se puede ser comunista y practicante de la economía capitalista y sin necesidad de ninguna barba revolucionaria. La última barba insumisa se fue con Fidel Castro por los cielos y mares del Caribe. Desde entonces, está visto que las barbas ya no son lo que eran.

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