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Butaca de patio

La imbatible tele

Cuando irrumpió en las casas de nuestro país allá por los años sesenta, las familias recibían a la televisión con un mantelito de ganchillo que colocaban encima del aparato. Situada en un lugar preferente del salón, la ancha tele soportaba el peso de fotos enmarcadas, jarroncitos de porcelana y todo tipo de figuritas y de recuerdos. Fue la gran revolución de la segunda mitad del siglo XX, primero en blanco y negro, más tarde en color; al principio solamente dos canales de TVE y, a partir de los ochenta, se añadieron las autonómicas y las privadas hasta llegar a la actualidad con infinidad de cadenas y de opciones, tanto de pago como gratuitas. Aunque en algunas épocas pasadas los aparatos de televisor se vieran un poco arrinconados y no ocuparan el centro privilegiado de la casa, en los últimos tiempos las inmensas pantallas multiusos han recuperado todo su protagonismo en el altar de los hogares. Porque la tele ya no se limita a ser un medio de comunicación, sino que actúa como soporte físico para ver películas, series o deportes. En una palabra, se ha adaptado a las nuevas tecnologías, a ese consumo cultural privado y a la carta que define cada vez más nuestros gustos. Y a propósito de consumo, el reciente macroestudio sobre hábitos y prácticas culturales en España, realizado por el Ministerio de Cultura que dirige José Guirao, revela que si bien la tele ha caído del 95% de la población al 90% en los últimos cinco años, en paralelo ha aumentado el número de televidentes a través de Internet que ha pasado del 9% al 13,5% en el mismo periodo. Además, los españoles seguimos dedicando nada más y nada menos que 153 minutos de media diaria a ver la televisión.

Hace algo más de una década me tocó entrevistar Roger Chartier, uno de los historiadores culturales más importantes de Europa, y ante la pregunta entonces casi obligada sobre la pervivencia de las distintas opciones y soportes tras la invasión de Internet, el experto francés respondió echando la vista atrás. Así las cosas, manifestó Chartier, el cine no provocó la desaparición del teatro, ni la televisión eliminó a la radio, ni los teclados sustituyeron del todo a las herramientas para redactar de los escribas del antiguo Egipto. En definitiva, Chartier estaba pronosticando algo que se suele cumplir en el ámbito de la cultura en el sentido de que las manifestaciones artísticas cambian, pero no desaparecen. Por ello, en paralelo al aumento del ocio cultural en la Red, crece la población española que visita museos o monumentos, que asiste a conciertos de música o que acude al teatro. Por no citar que el 62% de los lectores de literatura prefiere leer novelas, ensayo o poesía en papel frente al 20% que opta por el formato del libro electrónico. Frente a los apocalípticos que suelen proliferar cuando se producen cambios revolucionarios, la Historia cultural nos enseña que en muchos aspectos nuestros hábitos siguen algunas pautas que ya practicaban los escribas egipcios o los espectadores de teatro en la Grecia clásica. Podríamos decir aquello de que las expresiones culturales ni se crean ni se destruyen, solamente se transforman. Como ejemplo la imbatible tele.

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