La Historia ha querido que una única semana separen dos fechas que ya se han convertido en hitos de nuestra historia reciente. El 1 de octubre y el 9 de octubre son dos fechas señaladas de nuestro calendario. Por un lado, el estallido de la ruptura de los consensos territoriales surgidos de la Constitución de 1978, expresados con su máxima violencia en la desobediencia civil masiva del 1-O y, por el otro lado, la disputa y resignificación de la diada nacional del País Valenciano que tras décadas en manos de la derecha blaverista ha pasado a ser una fiesta de todos y todas.

Dos fechas, un mes y tan solo unos días de diferencia. Dos historias y dos vías diferentes para afrontar el principal reto que ahora mismo tiene España: la definición de su modelo de Estado tras el agotamiento del Estado de las autonomías y la quiebra de los pactos sociales y territoriales provocados por la imposición de la austeridad. Muy pocas veces se ha puesto el acento en el hecho de que la crisis catalana es un síntoma y no una causa de la quiebra de los consensos territoriales que nos dimos hace 40 años. Fueron las sucesivas reformas del sistema de financiación pero, principalmente, la de Montoro en el año 2012, las que generaron las condiciones materiales de la situación catalana. Al fin y al cabo, son las autonomías las que gestionan el bienestar de la ciudadanía -Sanidad y Educación- y la austeridad impuso un recorte brutal en esas dos áreas.

Catalunya, por su propia construcción nacional, respondió con el procés ante la imposibilidad de reforma del sistema de financiación autonómico y los errores de cálculo y el liderazgo del espacio postconvergente hicieron el resto. Una vía catalana que hoy podemos asegurar que ha sido una vía fallida. Una vía impotente para lograr las transformaciones a las que aspiraba y una vía que ahora mismo se ha quedado sin hoja de ruta, en un punto muerto que únicamente sobrevive en base a la política anti represiva. Ya no hay propuesta.

Nuestra historia siempre fue por un carril diferente. La victoria del Partido Popular en los años 90 y la construcción hegemónica del regionalismo valenciano sumió a nuestro territorio en la absoluta indiferencia y seguidismo de Madrid. El principal problema que hemos arrastrado las valencianas es la subalternidad política, la absoluta incapacidad para tener protagonismo en la construcción de la España con la que siempre hemos soñado: democrática, abierta y al servicio de la ciudadanía. Nos han situado siempre como una Comunidad sin voz ni fuerza, de ahí que el bipartidismo siempre despreciara las reivindicaciones de una financiación justa para nuestra tierra y de ahí que hayamos tenido poca relevancia en las grandes decisiones estatales.

Esto cambió por completo el pasado mayo del 2015. El Botànic es nuestro primer hito del siglo XXI como pueblo. El acuerdo histórico entre el PSPV, Compromís y Podemos que ponía fin al agujero negro del PP y que, por primera vez, nos devolvía el orgullo como valencianas. Ahora tenemos gobierno, ahora tenemos instituciones que trabajan para las mayorías sociales y, sobre todo, ahora ya tenemos País Valenciano. El Botànic no solo ha sido vanguardia política de España sino que ha puesto los cimientos del nuevo valencianismo del siglo XXI. Un pueblo que recupera su dignidad, su voz y su fuerza.

Una nueva vía ante la intensificación del enroque en Catalunya. Catalunya, nadie lo niega, ha sido durante mucho tiempo un motor de cambio para el conjunto de España. Ahora mismo, el gobierno de Torra y la vía unilateral a la República han agripado ese motor. Catalunya se estanca y parece sumergida en la deriva unilateralista. Incapaz e impotente para lograr cambios políticos reales. Enfrente de ella están los de la vía vieja, los de la recentralización y la vuelta a un pasado de ineficacia y negación de la diferencia. Desde VOX hasta Ciudadanos con el PP como núcleo duro de esta línea existe la tendencia a reformar el modelo autonómico hacia una recentralización. Viejas recetas para problemas nuevos que únicamente estrecharían España y le limitarían el vuelo. España no es Madrid ni un país pequeñito donde no quepan todas sus naciones. España es mucho más y mucho mejor que eso.

Ante estas dos vías que nos abocan a un futuro incierto, en València ya estamos empedrando el camino de la nueva España democrática. Frente a la vía unilateral y frente a la vía recentralizadora, la vía constituyente valenciana hacia la España democrática.

Nuestro reto desde que Podem gobierna no es solo reconstruir aquellas instituciones que el PP destrozó durante años, es también ofrecer una nueva hoja de ruta para la reforma constitucional de España. Una reforma en clave plurinacional que refuerce nuestro autogobierno y el de resto de comunidades para ir caminando hacia una federalización completa que logre recoser aquello que las elites rompieron. Nuevos consensos y una nueva pulsión valencianista que ya no solo mira hacia adentro sino que asume un nuevo papel de liderazgo democrático ante la renuncia del govern de Torra y el pantano institucional el gobierno central.

Durante los próximos meses tendremos que seguir construyendo con convicción esta vía valenciana hacia el futuro, hacia la España democrática del siglo XXI. Muchos son los retos que tenemos por delante y como escribió nuestro paisano Ovidi Montllor ja no ens alimenten molles, ara volem el pa sencer.