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Algo se mueve para desbloquear el gobierno

Nadie puede garantizar que después de las segundas elecciones legislativas en este año, España no vaya de cabeza a unas terceras. Sería dramático. Pero hay algunos síntomas esperanzadores de que podría arreglarse en noviembre, sencillamente porque esto ya no aguanta más. El elemento principal es el malestar de la ciudadanía que profiere juicios severos y muy despectivos hacia los cinco, a saber, Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias y Abascal. Este país no soportaría otro espectáculo desolador como el que vivimos desde abril. Llegaría tras el 10-N, irremediablemente, el invierno de la desafección y «eso es lo peor que le puede pasar a la democracia», como advierte la catedrática de Filosofía, Amelia Valcárcel.

El segundo freno a este desatino es el agravamiento de la situación económica que la ministra Nadia Calviño admite que «va más rápido de lo que se suponía». Con crisis, mejor un gobierno estable. El tercero es que tantos acontecimientos mundiales concatenados en esta época no pueden afrontarse con un gobierno eternamente provisional, desde el Brexit a las consecuencias de la guerra comercial desatada por Trump que afecta gravemente al sector agroalimentario español. Además de otras cuestiones domésticas, como Cataluña, por ejemplo.

El pasado viernes, en el Foro de La Toja, Felipe González y Mariano Rajoy dieron una clase magistral de responsabilidad. «Por fin, dos adultos», titulaba un artículo de Luis Ventoso. «Comparados con algunos, los dos somos Churchill», sentenció Felipe para delirio de la audiencia. Tomen nota los cinco y el sexto, Errejón, que se unirá al club, beneficiado electoralmente por el hartazgo general con los anteriores candidatos. Aunque el encantamiento de la prensa que lo aúpa empieza a salpicarse de opiniones menos elogiosas, como recordar que «su ideología es tan radical como la de Pablo Iglesias, solo que con mejores formas».

No es que a Felipe González le plazca un gobierno de coalición, o parecido, entre PSOE y PP, pero esa idea sobrevoló el auditorio de La Toja con variables de pactos de Estado imprescindibles. A las 24 horas, el sábado, Albert Rivera salió a decir que si hay que pactar con los socialistas se pactará, enterrando, al parecer, el «no es no» en su día popularizado por Sanchez, que casi nos llevó a una tercera elección. Sabe bien Rivera, que si se produce algún tipo de pacto forzado entre los dos grandes para facilitar un gobierno, su partido puede convertirse en irrelevante. Y teme la debacle electoral que le vaticinan todas las encuestas sin excepción. Sanchez y Casado rivalizan ahora en parecer los más moderados, mientras Rivera lleva seis meses en una estridencia que solo lo perjudica. Lo triste es que, lo que ahora anuncia, es justo lo que reclamaban los que tuvieron que marcharse por discrepancias, léase el diputado Toni Roldan, Xavier Nart o el cofundador de Ciudadanos, Francesc de Carreras.

Atentos a la maniobra de corrección de rumbo de unos y otros. Esos cambios se hacen con alta incertidumbre porque sabido es que la decisión de voto se toma cada vez más tarde y que la entrada de un sexto jugador en escena puede alterar algunos supuestos, como la convicción de que el 10-N el PSOE iba a subir. Veremos.

Entre ese ruido, escuchamos el silencio y las campanas tocando a arrebato de la España Vaciada. Hasta los obispos apoyan y por eso tocaron las campanas del Pilar. Paros de cinco minutos en 23 provincias el pasado viernes para decir que hasta aquí hemos llegado. En Teruel habrá una candidatura propia para llevar la voz al Parlamento y en algunas provincias aún se trabaja esa posibilidad. Es una expresión más del cansancio popular ante leyes hechas en las ciudades y solo para las ciudades sin sensibilidad hacia el mundo rural. Algunos critican esta iniciativa electoral pero deben girar la vista antes hacia la Francia Vaciada donde, aún sin ser tan dramática la despoblación, nació el movimiento de los chalecos amarillos. Algo se mueve en todos los frentes.

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