Debe continuar. No pude continuar. Continuaremos», esta fue la frase de Samuel Beckett con la que la librería Leo, situada frente al Museo Marqués de Dos Aguas de València, expuesta en el cristal de su escaparate, nos decía adiós. Nicolás Bas Martín, acertadamente se refería a ella, en estas mismas páginas de Levante-EMV, «cuando una librería cierra, un país se empobrece», dando las gracias por hacernos cada vez más europeos a través de los libros. Adquiero, quizás por ello, en el último día de la librería, como postrero recuerdo (gracias Julia) un libro de Stefan Zweig, que nos revela las enseñanzas de un europeo sobre el mundo de ayer, que pretende descubrir el mundo exterior tanto como el universo interior.

Zweig no pudo soportar la situación en el siglo XX, que parecía aniquilar cualquier punto de liberación, y, su vida, como es sabido, acabó en suicidio. El siglo XXI, se nos aparece con amenazas varias, que, sin la perspectiva suficiente, se nos hace bien difícil poder evaluar. Beckett, con sus palabras, trata de alumbrar alguna esperanza. También Albert Camus, «más allá del nihilismo, todos nosotros entre las ruinas, preparamos un renacimiento». Así fue en Europa, y no podemos ignorarlo. Así tiene que ser hoy, y también, en España y Cataluña. Tras años de desencuentro en la reciente historia de nuestro país, con nuevas organizaciones políticas incluidas, y ante los sucesivos acontecimientos en la realidad política española, es preciso solucionar conflictos pendientes, y, entre otros, el planteado desde el proceso independentista catalán, con distanciamiento creciente entre las partes. El tiempo debe poner las cosas en su sitio, aunque no sea a gusto de todos, pero sí con democracia y sin desobediencia institucional.

Para ello, lo primero es actuar con audacia, audentes fortuna iuvat, decía Virgilio, sin prejuicios, para no quedar atrapados por condicionantes previos, ni entrar en dialécticas pasadas sino tratando de profundizar en el conocimiento mutuo, teniendo presente que la forma de mejor alcanzar la solución es avanzar en el planteamiento de cuestiones de las que se conocen posiciones distantes. Planteado el problema en Cataluña, desde su protagonismo debe plantearse la solución. Sin subterfugios, ni planteamientos que no contemplen la complejidad del problema, en el marco de una difícil situación económica, la realidad social catalana, con diferencias evidentes, y la española, desde el marco constitucional, ofreciendo al nuevo Gobierno la confianza suficiente para que la solución se pueda alcanzar. Entendido ello no como un signo de debilidad, sino como un primer paso para lograr un acuerdo razonable, pues, como en el caso de la librería, cuando una solución no se encuentra, un país, Cataluña, también València, y, por supuesto, toda España, se empobrece.