Un viejo alumno, Víctor Prieto, que anda por la tierra, me invitó a un coloquio con Andrés Villena, el autor de Las redes de poder en España. Con el auspicio del Institut d’Estudis de la Vall d’Albaida, organizaron el encuentro en el Centre Cultural de la Obra Social de Caixa Ontinyent, en la ciudad del Clariano. Para vergüenza de muchos, y goce de otros, esta es la única Caja de Ahorros que ha quedado en las comarcas valencianas. Pues bien, esta Caixa tiene una renovada sede en el Carrer Gomis de Ontinyent. Allí nos pasamos cerca de dos horas y media con los amigos de L’Enfiladissa, la Asociación cultural de Víctor. Luego, un sopar en la plaza de Santo Domingo, al fresco, un rincón al que no volvía desde que Els Joglars estrenaron aquella descarada sátira sobre San Vicent Ferrer.

No oculto que comencé el acto con melancolía. Venía de mirar el barro que todavía se acumulaba en las riberas del Clariano, frente a la Kabila, el histórico barrio remozado. Me inspiraba ese sentimiento no solo recordar los viejos tiempos, sino sobre todo el aspecto de las calles Gomis y Mayans. Cuando por primera vez llegué a Ontinyent, allá por el año 1973, era una zona bulliciosa, concurrida, próspera, con su impresionante hotel en el centro, muy cerca de la sede de los Festeros y del Círculo Industrial y Agrícola. Hoy la ciudad se ha desplazado hacia el norte, y los comercios se concentran en calles como Daniel Gil, con menos solera, aunque más lujo. Espero que sea una transición y que algunas casas modernistas restauradas en la calle Gomis generen nuevas intervenciones y se conserve aquel testimonio de la época dorada del textil.

Esa fidelidad a los antiguos espacios debería ser también una característica de elites fiables, capaces de generar memoria y de estabilizar estilos. Sobre esta fidelidad se debería basar buena parte de la confianza de estas importantes poblaciones, sin las que no se comprende este país de ciudades que es el antiguo reino de Valencia. Y de eso hablamos, como ya he dicho, durante más de dos horas. Andrés Villena conoce como nadie esta compleja trama de las elites españolas. Sus conclusiones son apabullantes y ya las glosé. Así que en cierto modo no las repetiré aquí. Por mi parte me concentré en una reflexión: lo que Andrés contaba del presente, se podría contar del pasado.

Lo que más nos interesaba era discutir del futuro. La cuestión es sencilla: si a pesar de su cierre oligárquico nos siguen gobernando unas elites centrales tan desprestigiadas, no es sino por nuestra debilidad democrática como pueblo. Pues la gente solo cambia de elites cuando tiene otras en las que confiar. De otro modo, asume lo que existe como cierta fatalidad. Dirigir un país no es cosa fácil y no admite el vacío. Organizar una elite alternativa tampoco. En España, menos. Un tipo bien posicionado, criado en el núcleo mismo de la clase política de la Restauración, como Ortega y Gasset, se pasó la vida intentando generar una elite alternativa a la de sus padres. No lo consiguió.

Y sin embargo, lo que se vio en el 15M es que necesitábamos, necesitamos y necesitaremos nuevas elites. Las nuestras mostraron su enorme presunción, su ínfima competencia, su dudosa integridad, su increíble arrogancia y su carácter despiadado cuando hicieron coincidir la mayor corrupción con la más regresiva política social, pretendiendo además la más obscena impunidad. Fue entonces cuando comprobamos que necesitan poseer el Estado para prosperar, y cuando vimos que no tenían bastante con privatizar las plusvalías acumuladas del trabajo común, sino que además tenían que malversar con infinitas corruptelas, al mismo tiempo que disminuían sin piedad los servicios públicos que ofrecían una mínima cobertura a la vida de las clases populares. Ese entrelazarse del sistema económico y el sistema político, con la clara voluntad de domesticar el sistema intelectual español hasta la estupidez, se estremeció entonces, y ese fue el momento en que otros actores pudieron hacer sus propuestas. Hoy sabemos de la dificultad del asunto.

Un grupo dirigente se configura de unas cuantas maneras. Por supuesto el modo más antiguo es el grupo mafioso. Luego están las sociedades secretas. Después, los cárteles de intereses. Y no debemos olvidar aquellos grupos que se cohesionan por la complicidad en el crimen. Muchos de estos tipos de formaciones se entremezclan entre sí y es fácil comprobar que aquellos grupos que se unen por intereses con frecuencia pueden acabar siendo cómplices en el crimen. Quien quiera disputar algo de influencia a las elites centrales no puede inspirarse en estos modelos. El poder establecido es de tal índole, que cualquiera que compita en alguno de estos campos está perdido. No podrá hacer gran cosa sin importantes cesiones, vínculos, compromisos, traiciones. Nunca será nada alternativo.

Las elites centrales españolas solo tienen un punto débil. Se llama democracia. Sin ella no pueden vivir hoy. Así que la pregunta de cómo se forma una elite alternativa sólo puede responderse así: mediante el éxito democrático transparente, a la vista de todos. Y la clave del problema es que él éxito democrático sólo se logra mediante la confianza. Aquí se produce un círculo: sólo el éxito democrático producirá una nueva elite, pero para tener éxito la ciudadanía tendrá que depositar la confianza en algo que se está formando, pues solo el éxito lo acabará por formar.

Hay maneras de romper ese círculo, pero ninguna es fácil. La mejor forma pasa por no combatir en el terreno que ya está ocupado. Todo partido que asuma el centralismo, la jerarquía piramidal, la estructura burocrática, está perdido. Puede ganar poder, pero cuando su máximo representante tenga que negociar con los elementos de las elites centrales, pronto se verá rodeado y cederá. No será elite alternativa porque no se moverá en terrenos alternativos. Cuando un terreno está tan ocupado, es necesario buscar otros espacios. Conquistar confianza local, ese puede ser el camino. Sin enraizar en elementos sociales concretos y materiales, nada será posible. Representar los intereses y percepciones que no pueden ser representados por las elites centrales, esa es la única posibilidad de abrirse un camino.

Pero la democracia no es una corporación de intereses, sino el intento de forjar una dirigencia general del país. Quien tenga más apego a su propio interés, a su propio campo, a su propia reivindicación, que a un sentido general de justicia que debería encarnar el Estado, no podrá forma parte de una nueva elite. Por eso, si no existe una aspiración a que los diversos territorios estén atendidos equitativamente por el Estado, no tendremos una nueva elite en España. No se trata de saber lo que el Estado debe hacer. Se trata de sentir como propios los intereses y percepciones de otros territorios. Y eso requiere un sentido de comunidad históricamente fundado. Mientras la dirección del país se entienda como sinónimo de elites centrales, y mientras no exista otro vínculo visible que el que ya poseen en monopolio esas elites centrales, no habrá dirigencia alternativa.

Los grupos que aspiren a forjar una elite en un proceso democrático tendrán que tener un vínculo ideal capaz de encarar cuestiones de máxima seriedad, aquéllas que brotan de lo más profundo de la convicción, y que conciernen a la vida histórica general de un pueblo, al sentido objetivo de lo posible y de lo imposible en ella. Quien no sea capaz de identificar ese vínculo objetivo más allá de toda relación subjetiva con él, ese vínculo general de la comunidad que soporta el Estado más allá de toda consideración parcial, no debería formar parte de ese grupo y no debería pasar la primera puerta. Ese vínculo objetivo e ideal debería marcar el ethos de la militancia. Pues nadie confiará democráticamente en un grupo dirigente si no genera confianza interna entre los miembros del mismo.