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Las redes sociales, un caladero de malas noticias

Desconfianza, recelo, preocupación. No es cierto que los usuarios de los grandes circuitos virtuales en los que se comparte la información privada y se busca la pública acepten sin ánimo crítico la situación de precariedad. Y es importante y creciente la constatación de que el sistema actual potencia una calidad de noticias deficiente porque priman aquellas que no responden al paradigma clásico del buen periodismo. Del periodismo veraz que se alimenta de noticias contrastadas y no sesgadas, que recurre a distintos puntos de vista para abordar la actualidad para que sea el lector quien saque sus propias conclusiones a partir de datos sin manipular y testimonios creíbles.

Las redes sociales se han convertido en un gran quiosco virtual al que acude un número creciente de consumidores en busca de noticias. Los datos son elocuentes: en el gran mercado de la comunicación que son los Estados Unidos hay un 55% de adultos que se informa a través de estos medios. El año pasado la cifra era del 47%, y todas las previsiones apuntan a un alza creciente. Datos lógicos si tenemos en cuenta el uso masivo de las redes como fuentes de noticias. Sobre todo, de una de ellas: Facebook. Lo llamativo de esa realidad incuestionable es que muchos lectores tienen la convicción de que el medio condiciona el mensaje. O, lo que es lo mismo, el lugar donde aparecen esas noticias influye en su contenido. Dominadas por la necesidad atraer al mayor número posible de usuarios, las redes jerarquizan / orientan las páginas de información, y lo que albergan, en los puntos de reclamo, síntesis y atracción que aparecen en el umbral de las mismas.

Esa mezcla de noticias que se prioriza a la hora de generar curiosidad / interés / expectación no es inocente. Así lo piensan nueve de cada diez ciudadanos norteamericanos, convencidos de que el uso calculado(r) de los famosos algoritmos es un punto clave en la clasificación de lo que se publica, sin contar con que también se cincelan según los intereses de los consumidores. En su beneficio, argumentan de forma harto discutible. Las plataformas defienden su actuación afirmando que, así, el usuario recibe aquella información que más le interesa, sin estorbos. Los críticos con ese poder manipulador de los grandes gigantes informáticos advierten de que esa selección lleva aparejada la exclusión de noticias que darían al lector una visión más amplia, y quizá crítica, del paisaje informativo. En definitiva, que no se crearían burbujas impermeables a informaciones u opiniones distintas a las que el algoritmo decide que interesan a cada internauta. Las encuestas demuestran, también, que existe la creencia generalizada de que hay una diferencia de trato evidente, y alarmante, de una emisora de noticias a otra por parte de las redes sociales.

Según un estudio del "Pew Research Center" recogido por "Trecebits", un 71% de los usuarios adultos de Estados Unidos dispone de perfil en Facebook. Un 52% de los ciudadanos accede a las noticias por medio de la compañía de Mark Zuckerberg. Curiosamente, un 74% de los ciudadanos usa YouTube, pero solo un 28% de todos los estadounidenses entra en contacto con las noticias a través de esta página. Un 23% está en Twitter, y un 17% se pone al día en noticias en esa red. En definitiva, Facebook alberga el mayor número de consumidores de noticias.

En una reciente entrevista, el ex político británico Nick Clegg, flamante vicepresidente de asuntos globales y comunicación de Facebook, señalaba que "no podemos ser una policía de Internet diciendo qué cosas son aceptables o las que son absolutamente verdad". Y reconocía que el algoritmo "nos dice en qué orden lo vemos, la prioridad. Es maravilloso porque así cada canal de noticias es diferente, es único, es particular para cada uno. Las señales más importantes que determinan ese orden son tus amigos, cuáles son los grupos en los que participas y cuáles son los mensajes que miras. El algoritmo, simplemente, reacciona a lo que haces, no impone un orden que no refleja lo que te gusta. El algoritmo es como un eco de las decisiones que cada uno toma". Un eco que, como demuestran las encuestas, no es oído por la mayoría de los usuarios como una garantía de pluralidad informativa. Más bien como una fuente inagotable interferencias que contaminan la veracidad y la independencia.

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