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Al margen

No hay derecho

No hay derecho. No hay derecho a todo lo que está pasando, otra vez, en Cataluña. Nunca se debería haber llegado a ese extremo porque no hay derecho a que existan personas con poder político y proyección pública que no cesen en empujar (nos) a unos y otros para que seamos blancos o negros, olvidando que existe una amplia gama de colores y grises que tienen el derecho a ser lo que les dé la gana. No hay derecho a que se nos enseñe casi desde la cuna que España solo puede ser de una manera, ni tampoco que para ser y sentirse catalán uno tiene que ser independentista. No hay derecho a que no podamos ser desobedientes, como decía Eduardo Galeano, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común. No hay derecho a que se golpee por ello, por el simple hecho de disentir y que se criminalice otra visión del Estado y se reivindique algo diferente. No hay derecho tampoco a que conviertan la pacífica e histórica trayectoria del independentismo catalán en un vandalismo urbano vergonzante, en una zafia ‘kale borroka’ que se reduce a quemar violentamente contenedores y vehículos a cuyos dueños el seguro (y mucho menos los causantes) poco les abonará. No hay derecho a que los partidos políticos estatales utilicen una y otra vez Cataluña como la pelota desgastada de un partido interminable de siglos y que siglas centenarias hayan sido incapaces, en décadas, de solucionar su encaje en el Estado. No hay derecho. Ni tampoco a que esa inoperancia la sufran día tras día no solo los ciudadanos de Cataluña sino los de todas las comunidades autónomas, que ven paralizados ingresos, presupuestos y financiación por la imposibilidad manifiesta de llegar a un acuerdo lógico, integrador y generoso entre todos los territorios y sentires de España. No hay derecho a que el miedo a interminables penas de prisión impida la legitima libertad de expresión en un estado que se define democrático, se manifiesta esta en un tuit o con un altavoz encima del capó de un coche. Y no hay derecho a que tengamos que ver ( y sufrir) las imágenes repletas de violencia que nos llegan día tras día, porque elegimos líderes políticos -en España y Cataluña-supuestamente capacitados para resolver situaciones de esta magnitud y en contra nos encontramos con peligrosos pirómanos obsesionados en utilizar las urnas como un elemento de confrontación y no de diálogo, un elemento para aplastar las voces discordantes, desde uno y otro lado. Y no hay derecho a que se lo permitamos, otra vez, como ya sufrieron nuestros abuelos o padres, a que permitamos que se impongan de nuevo esas voces incapaces y absolutamente mediocres y miopes.

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