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Prostituyendo palabras

Diccionario en mano, prostituir tiene dos sentidos uno relativo a las relaciones sexuales, nada aplicable al sujeto o complemento «palabras» y un segundo «deshonrar o degradar algo o a alguien abusando con bajeza de ellos para obtener un beneficio» que es la semántica que aquí utilizaremos.

Vaya por delante el reconocimiento que la Ministra de Hacienda ha hecho todo lo posible para que la Generalitat Valenciana (GV) pueda terminar este año, en una situación financiera menos mala que la actual. Aquí acaba el entusiasmo, ya que siguiendo la interesante entrevista que Bernardo Guzmán le hizo en la SER el pasado miércoles. La solidaridad con ella se quedó seriamente dañada ante su empeño, en provecho electoral propio, consistente en distinguir arbitrariamente entre «recorte» y «ajuste» y sobretodo que la responsable de Hacienda mostrará su comprensión, dando implícitamente por buena, con la trampa que supone la ocultación, durante años, de un déficit de 1.325 millones de la GV, basada en ingresos del Estado que no figuran en los Presupuestos Generales; «Puedo comprender que tiene una razón de ser, que en València podría estar más justificado que en otras CCAA en las que probablemente no sería tolerable Estado».

Dos imágenes me vinieron a la cabeza, una la del juicio de Rato, acusado por falsificar las cuentas de Bankia, quien con la misma cachaza que la ministra acabó pidiendo al Juez algo parecido a la «comprensión» por la falsedad cometida, ya que su banco estaba muy mal; pedía tolerancia con su mentira, aunque esto no lo fuera para otros. El segundo flas mental tuvo el referente de Vice, titulada en España El vicio del poder, que merecía haber recibido el Oscar del año pasado para la que fue nominada, que cuenta la historia de Dick Cheney, vicepresidente con Bush hijo, quien con la ayuda de los gurús mediáticos hizo mucho daño a la especie humana prostituyendo palabras. Uno de los grandes objetivos de aquellos ocho años del dúo Bush-Cheney era acabar con el impulso a las energías renovables y controlar el mayor número de flujos de petróleo en el mundo. Cheney puso en marcha un plan para desacreditar a la comunidad científica que alertaba sobre los efectos del calentamiento global. James Hansen, uno de los climatólogos más importantes del mundo, publicó en el 2004 un artículo en The New York Times en el que denunciaba que los informes se estaban alterando o directamente se ocultaban a la opinión pública. En el 2006, la Administración incluso borró del lema de la NASA «entender y proteger nuestro planeta». El largometraje muestra a Cheney sustituyendo el término «calentamiento global» por el mas dulcificado y alejado de la responsabilidad política de «cambio climático». Igual que «recorte» frente a «ajuste», el término calentamiento global provocaba una preocupación más intensa sobre el tema, así como una mayor comprensión del consenso científico. Todos esos años de negacionismo le han costado a la humanidad millones de toneladas de CO2 que han estado calentando el planeta.

La película también muestra cómo se abordaron las rebajas fiscales a los ricos. «Empecemos con el impuesto de Patrimonio. Ha sido difícil de eliminar porque solo afecta a los patrimonios con más de 2 millones de dólares, pero hemos hecho progresos [...] Conseguir que la gente normal apoye el recorte de impuestos a los muy ricos siempre ha sido extremadamente difícil, hemos tenido cierto éxito en el pasado, pero estos impuestos sobre el patrimonio siempre han sido muy difíciles [...] ¿Cuántos de ustedes tendrían problemas con eliminar un "impuesto sobre la muerte"?» Efectivamente es muy duro votar que además de que uno se muera le pongan un impuesto. Tan goloso ha sido el resultado de esta prostitución del lenguaje que Daniel Lacalle, el gurú económico del PP, la utiliza como bandera para que desaparezcan los impuestos que pagan los herederos.

El miércoles supe que todos aquellos que, fuera de toda militancia partidista, que no política, pensábamos y decíamos que las continuas irregularidades contables desde los tiempos de Fabra mantenidas por el gobierno del Botànic, ahora vestidas de virtuales ingresos reivindicativos, hemos estado en el límite de la inmoralidad. Estábamos hablando desde una cruel incomprensión, ya que incluso quien tenía que vigilar estaba dispuesto a mirar hacia otro lado. Unos y otros, sabiendo que fracasaron a la hora de estimar el valor de las transferencias, son incapaces de devolverlas/aceptarlas.

Aquellos que nunca hemos entendido la racionalidad de esta forma de proceder tanto por los diferentes equipos encargados del Consell, como de los distintos ministros de Hacienda del gobierno central, hemos de callarnos al ver el resultado que esta misma «comprensión» ha producido en la Generalitat Catalana, con una deuda en términos absolutos mayor que la valenciana y sólo un poco más pequeña que la nuestra en términos de per capita. Aunque Montoro no llegó nunca al extremo de mostrarse comprensivo, como si hizo en València su sucesora, la verdad es que nunca criticó esta práctica dejando pasar los años en una posición irresponsable consistente en ponerse de perfil, con una deuda autonómica y estatal que no dejaba de crecer.

Lo dicho por la ministra, resulta agravado por el hecho que todo ello se dijera ante un público en el que estaba la mayoría del Consell, los máximos representantes de las instituciones empresariales, de las fuerzas sindicales y un ramillete de alcaldes. Todos agradecieron implícitamente la «comprensión» y la inexistencia de «recortes» y se dejaron llevar por los planes de la Ministra que por fin reconoció que, para mantener en su actual formato, la España de las Autonomías es imprescindible una mayor presión fiscal, además de reducir el porcentaje que la administración central se asigna actualmente para sus funciones.

Igual que Cheney con sus palabras prostituidas con semánticas light podía elaborar expresiones del tipo «el impuesto a la muerte es innecesario para el cambio climático» y la ministra puede que piense que «con ajustes y comprensión la GV aguantará la legislatura».

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