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Alfons Garcia

A vuelapluma

Alfons Garcia

Los jueves, milagro

El título de la película maldita de Berlanga es lo primero que viene a la cabeza al saber que mañana al mediodía, más o menos, Franco no estará ya en su monumento funerario. Hasta Pablo Iglesias se lamenta de que va a ser una operación electoralista, pero con tanta convocatoria a las urnas (y en eso algo de responsabilidad tiene él, algo menos que el presidente del Gobierno en funciones, pero bastante) se hace difícil encontrar la pureza de la actuación política.

Después de reiterar que la extracción de los restos del dictador del Valle de los Caídos tenía que haber sucedido hace mucho tiempo, lo importante es que se produzca, tarea no tan sencilla que ha requerido de sentencia judicial frente a una familia poco sensible ante una mayoría parlamentaria y frente a un prior, cancerbero fiel, que ha visto que las razones de ser de su puesto se van por los aires. No creo que esperar a la siguiente oportunidad fuera mejor. Lo importante es que se produzca y que suceda con normalidad, con una convocatoria formal con hora precisa y todos los detalles previstos y comunicados. Si la familia quiere sacarlo a hombros de Cuelgamuros, está en su derecho, aunque es indicativo del orgullo de la dictadura franquista que permanece en una parte de la sociedad española. Que el joven líder de la derecha diga que no gastaría un euro y tampoco un minuto en la exhumación retrata esa perenne dificultad de la derecha mayoritaria para apartarse de una vez por todas de una etapa que biológicamente le queda lejos. No hacer es hacer en este caso: es permitir que los honores de Estado a un caudillo continúen. Es continuar arrastrando nuestro particular déficit democrático. No sé hasta cuándo, pero acciones como la de mañana creo que ayudarán con el paso del tiempo a poner las cosas en su sitio.

Mientras tanto, la melancolía me la trato en la hemeroteca. Es un instrumento ideal para mirarse al espejo. La estatua ecuestre del dictador que reinaba en la principal plaza de València fue retirada la madrugada de un viernes de septiembre de 1983. No fue sencillo. La operación, aprobada cuatro años antes por el pleno municipal, fue realizada por voluntarios de grupos de izquierda encapuchados, por sorpresa (el gobernador civil se enteró minutos antes) y con nocturnidad, mientras nostálgicos ultraderechistas se arremolinaban e intentaban detener la desfranquización de la plaza con bastante impunidad policial, según las crónicas. «Violencia en la retirada de la estatua de Franco», publicó este diario al día siguiente. Todo, bastante diferente a lo que debería ser la operación funeraria de mañana.

Pasó también aquel día que un joven concejal de AP, que luego ocupó cargos con el PP y hace poco fue condenado por el caso Emarsa, se acercó a dejar una corona de flores con la bandera española ante la estatua y acusó al entonces alcalde socialista de «piratería política» por la actuación nocturna y sin honores. Algunas cosas han cambiado. Otras, no tanto. Ya se ve. El verdadero milagro de San Dimas de este jueves sería que la sesión de control a Ximo Puig en las Corts no fuera capitalizada por Franco ni por Cataluña. Pero eso, ni Berlanga y Pepe Isbert resucitados.

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